(...) El componente ético y formal del cine de Watkins alberga en su interior, consecuentemente, la clara conciencia de la necesidad de una responsabilidad inequívoca. Los múltiples horrores que la obra de Watkins se ha encargado desde hace ya medio siglo de describir no comportan, pues, ningún tipo de nihilismo. “Algún día habrá que cambiar la sociedad” dice el abuelo, el primer personaje de La commune que hace su aparición en el relato, dejando claros desde su mismo pórtico los propósitos del mismo y su proyección hacia el futuro, lo que también está sugerido visualmente de una forma muy simple: el abuelo aparece acompañado de sus nietos, síntesis visual de otro de los rasgos esenciales del filme, inseparable del anterior y ya analizado abundantemente en este texto, la fértil convivencia entre pasado y futuro.
En esta línea, Watkins sustituye en su puesta en escena la pretensión de una presunta objetividad por un conjunto de subjetividades, aspecto trascendental de cara a las intenciones del director inglés: como ha escrito, de nuevo, Bill Nichols, “la objetividad, de acuerdo con el realismo, representa el mundo del modo en que el mundo, en forma de ‘sentido común’, escoge representarse a sí mismo. Barthes la denomina forma de representación ‘de estilo grado cero’ natural y lógica (es decir, impuesta institucional e ideológicamente). Adopta una postura de neutralidad inocente frente a las tretas de individuos, instituciones y sistemas sociales (…). Y en cada caso, la objetividad no es sólo una perspectiva: también permite que se representen a sí mismas perspectivas individuales o institucionales más específicas”.
Frente a la convención de la objetividad, una convención interesada, Watkins expone a cara descubierta la perspectiva subjetiva que es asumida en La commune, en la que hallamos, por lo tanto, un desenmascaramiento de la “objetividad” periodística y documental realizado en múltiples niveles: desde dentro de la diégesis, a través del desvelamiento de las subjetividades e intereses que están detrás de la profesión periodística –considerada como paradigma de esa deontológica objetividad–, desvelamiento efectuado de formas tan meridianas como ese momento en el que un periodista de la televisión de Versalles se infiltra, disfrazado, entre el pueblo parisino para obtener información en beneficio de las fuerzas reaccionarias, pero también mostrando los sesgos que median el trabajo de los dos reporteros de la televisión comunal; y desde fuera de ella, a través de la negación de la presunta objetividad y autoridad de la voice-over identificada con un Narrador omnisciente –vertiendo en ocasiones juicios valorativos, ya sea sobre los hechos históricos narrados como sobre todo acerca de la contemporaneidad, y en especial sobre el papel que juegan en ella los medios de comunicación. (...)
(...) [la] primera persona narrativa resulta relevante no sólo por [la] fidelidad al texto, sino también por la fidelidad a la época. El sujeto que nace con la Ilustración (incluso un poco antes, aunque en menor medida) es un sujeto en el que la primera persona prima sobre segundas y terceras y que se desarrollará en el Romanticismo y llegará hasta más o menos la Revolución Industrial, cuando se impone la tercera persona, y el siglo XX, cuando la segunda persona haga su aparición. Este sujeto en primera persona, que Grace Elliot representa a la perfección en tanto a narradora/personaje real, es un sujeto agente, un sujeto que emite enunciados sobre sí mismo y sobre el mundo desde dentro, desde su propia experiencia y que, con ello, se conforma como ese sujeto agente que actúa, que es consciente que a través de sus actos en primera persona condiciona, modifica y construye la realidad.
Sin embargo, el breve prólogo que abre La inglesa y el duque es el único momento de la película en que se rompe todo lo anterior. Pero no lo hace de manera arbitraria, sino que busca asentar ese punto de vista de Grace Elliot, introduciendo, a su vez, varios elementos esenciales que ayuden a comprender mejor el desarrollo de la narración así como los mecanismos que Rohmer emplea en La inglesa y el duque para crear una mirada diferente sobre la Historia mediante la visualización de una época que visualmente hablando pertenece a una era anterior al cine. (...)