GREENBERG (NOAH BAUMBACH, 2010)
UN PERRO NECESITA
UN TRAPO CON TU OLOR
Mirar por la ventana de una casa que no es tuya, a un par de vecinos que usan, como si les perteneciera, la piscina de esa casa ajena. No saber nadar ni conducir. Los vecinos se bañan en el agua que supuestamente te pertenece y solo conocés sus nombres. Solo conocés la superficie del agua.
Atrás está la banda de rock que quisiste tener y la novia que ahora se casó y tiene hijitos vestidos de superhéroes. A tu lado, la casita inconclusa del perro. El perro se enfermó y los adolescentes le dan de comer cualquier cosa. Festejan pegando saltitos que un animalito extraño ha aparecido, muerto, flotando en la piscina. Todo en diminutivo. En la superficie del agua.
Dios santo, la vida se desperdicia en gente. ¿En cuánta gente vale la pena poner la vida?
POR MARIEL MANRIQUE
Mirar por la ventana de una casa que no es tuya, a un par de vecinos que usan, como si les perteneciera, la piscina de esa casa ajena. No saber nadar ni conducir. Los vecinos se bañan en el agua que supuestamente te pertenece y solo conocés sus nombres. Solo conocés la superficie del agua.
Ir a una fiesta llena de
hombres vestidos de niños y niños vestidos de superhéroes. Una fiesta de madres
que hablan, entusiasmadas, de niños. Sentirse definitivamente perdido en
esa fiesta. No saber con quién hablar. No saber dónde poner las manos. Todo
está lleno de gente con caras que pasan como en la ventanilla de un tren. El
tren va demasiado rápido.
Pasar los 40 y estar al
margen. Que tu hermano rico te llame para que le cuides el perro durante
las vacaciones y le construyas una casita de madera. No saber hacer otra cosa.
Ser, en consecuencia, un cero a la izquierda.
Aterrarse entre adolescentes.
Que te aterren las líneas de cocaína casual y el sexo casual y la música casual
de esos adolescentes. Los adolescentes criados escuchando Babies go
Mozart. Que te aterre que no recuerden nada del pasado
reciente. Que no les importe otro tiempo que no sea el tiempo presente
rápido como un tren y liso como la superficie del agua. Reírse mientras dura el
efecto de tu línea y, después, mirarlos y, después, tener ganas de ponerse a
llorar.
Atrás está la banda de rock que quisiste tener y la novia que ahora se casó y tiene hijitos vestidos de superhéroes. A tu lado, la casita inconclusa del perro. El perro se enfermó y los adolescentes le dan de comer cualquier cosa. Festejan pegando saltitos que un animalito extraño ha aparecido, muerto, flotando en la piscina. Todo en diminutivo. En la superficie del agua.
Dios santo, la vida se desperdicia en gente. ¿En cuánta gente vale la pena poner la vida?
Las calles están llenas de autos. Como las fiestas están
llenas de gente. Todo parece estar lleno. Alguien le pregunta a los semáforos
si lo dejarán pasar. ¿Cuánta gente te dejará pasar sin verte y cuánta gente se demorará para hacer contacto, para hacerte, si toca día de suerte, un pequeño hueco?
Alguien que sepa que un perro necesita un trapo con tu
olor cuando debe pasar la noche solo, en la clínica veterinaria. Un gesto
basta para definirse. Alguien que no te haga demasiadas preguntas. Que te
escuche. Que escuche, como quien se prepara para recibir un regalo, el monólogo
inconexo que le dejaste en el contestador automático.
Alguien con quien hayas tenido sexo automático pero no
casual, porque los dos tenían la cabeza en otra parte. En la necesidad de
reclinar la cabeza sobre un trapo con un buen viejo olor, toda la noche.
Alguien sin grandes aspiraciones, con la cara lavada, sin la menor idea de
cómo vestirse a la moda. Alguien que quiera vivir, por
ejemplo, con un carpintero. En un lugar donde todo parece estar vacío. Sin la
menor idea de lo que es el éxito. Terminando la casita del perro. Comprando
títeres de papel maché para los niños. Sin la menor idea de qué es un
superhéroe.
Mejor solos que con los pies pegados al alquitrán de lo
único aparentemente sólido a lo que nos podríamos aferrar este verano. Mejor solos
escribiendo todo el rato cartas de queja a los servicios públicos, a los
servicios privados, a los servicios mixtos. Mejor solos en un loquero. Nada de
Van Gogh, nada de Walser. Un pobrecito anónimo y vulgar, desajustado, sin
nombre ni legado póstumo.
Que espera, aun sin saberlo, que alguien le cambie los
blísters de pastillas por un trapo inocente, elemental y tibio, donde poner a
descansar el agotado sistema inmunológico y dotar de un sentido a las bolsas
cargadas de gente, cargadas de trenes, cargadas de cosas.
P.S. (1): Noah Baumbach filma lentamente,
sin prédicas, manifiestos ni dogmas, en forma aparentemente relajada pero
quirúrgica, sin pensar en el premio ni la posteridad. Greenberg es una de esas películas a las que suelen llamar "chiquitas". Es correcto. De los pequeños ovillos, no obstante, nacen a veces las mejores mantas. Con Ben Stiller
(serio), Greta Garwig (para demostrarnos que sin Kate Winslet no estaríamos
perdidos) y Rhys Ifanis (aquel adorable Spike de Notting Hill).
P.S. (2): Hace un tiempo se le ocurrió a mi compañero que, para nuestros perros, sería mejor
dormir sobre una sábana, para que tuvieran nuestro olor. Yo voy mucho mejor con
las pastillas.