Theo Angelopoulos en el rodaje de La eternidad y un día, 1998
1. Ego eimai, ego eimai...
En la mayor parte de la obra de Theo Angelopoulos se percibe una pulsión que, a la manera de un troquel, inscribe en la imagen, una y otra vez, la firma de su autor, sus devociones más íntimas, sus obsesiones también: poemas, canciones, esculturas, naturalezas muertas, mitologías, símbolos y emblemas del pasado. Si vivir es una huella, Angelopoulos imprimió la suya en todo lo que hizo con una terquedad inusitada, como si -al modo de las gentes de su país- no pudiera dejar de repetir: Ego eimai, ego eimai... (“Yo soy, yo soy...”).
2. Un día Angelopoulos
“Hoy no hace un día Angelopoulos”. Con esta frase –me contaron en Tesalónica– algunos profesionales del cine griego, al comenzar su jornada de trabajo, solían referirse con humor a la presencia de un cielo pleno de sol, exento totalmente de nubes; es decir, lo opuesto a un cielo gris, invernal, justo aquel que Theo Angelopoulos reclamaba para rodar los exteriores de sus películas. Una exigencia, con pinta de manía, que desde sus primeras obras le acompañó, y que sin duda respondía a una elección de carácter estético.
En la superficie de la imagen entrañaba la búsqueda de una luz natural uniforme, sin grandes contrastes, que no planteara ningún problema a las panorámicas de 360 grados que tantas veces incluían sus famosos planos-secuencia. Una luz generadora de una atmósfera propicia a la elegía, dominando un espacio donde se daban cita el pasado y el presente de sus relatos formando parte de un tiempo único, sin cortes ni puntos y aparte.
Pero ¿qué había más allá de estos rasgos presentes –insisto– en la superficie de la imagen? Parece claro: la preocupación de Angelopoulos por eliminar delante de la cámara cualquier elemento, por mínimo que fuera, que escapara a su control; la voluntad de que en la acción de sus películas casi todo sucediera de una forma prevista de antemano. Una estrategia -una figura de estilo también- que llevaba aparejada, entre otras cosas, la abolición del (...)
En la mayor parte de la obra de Theo Angelopoulos se percibe una pulsión que, a la manera de un troquel, inscribe en la imagen, una y otra vez, la firma de su autor, sus devociones más íntimas, sus obsesiones también: poemas, canciones, esculturas, naturalezas muertas, mitologías, símbolos y emblemas del pasado. Si vivir es una huella, Angelopoulos imprimió la suya en todo lo que hizo con una terquedad inusitada, como si -al modo de las gentes de su país- no pudiera dejar de repetir: Ego eimai, ego eimai... (“Yo soy, yo soy...”).
2. Un día Angelopoulos
“Hoy no hace un día Angelopoulos”. Con esta frase –me contaron en Tesalónica– algunos profesionales del cine griego, al comenzar su jornada de trabajo, solían referirse con humor a la presencia de un cielo pleno de sol, exento totalmente de nubes; es decir, lo opuesto a un cielo gris, invernal, justo aquel que Theo Angelopoulos reclamaba para rodar los exteriores de sus películas. Una exigencia, con pinta de manía, que desde sus primeras obras le acompañó, y que sin duda respondía a una elección de carácter estético.
En la superficie de la imagen entrañaba la búsqueda de una luz natural uniforme, sin grandes contrastes, que no planteara ningún problema a las panorámicas de 360 grados que tantas veces incluían sus famosos planos-secuencia. Una luz generadora de una atmósfera propicia a la elegía, dominando un espacio donde se daban cita el pasado y el presente de sus relatos formando parte de un tiempo único, sin cortes ni puntos y aparte.
Pero ¿qué había más allá de estos rasgos presentes –insisto– en la superficie de la imagen? Parece claro: la preocupación de Angelopoulos por eliminar delante de la cámara cualquier elemento, por mínimo que fuera, que escapara a su control; la voluntad de que en la acción de sus películas casi todo sucediera de una forma prevista de antemano. Una estrategia -una figura de estilo también- que llevaba aparejada, entre otras cosas, la abolición del (...)
Theo Angelopoulos entre el mito y la historia
(Notas dispersas)
(Notas dispersas)
Víctor Erice
THEO ANGELOPOULOS
EL PASO SUSPENDIDO: PUNTO DE ENCUENTRO
Shangrila revista nº 18-19
20x28cm. - 328 páginas
20x28cm. - 328 páginas