Botonera

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26.12.13

NUESTRO CINEMA - LA ERA ESTÁ PARIENDO UN CORAZÓN (NOTAS AL MARGEN DE "UN RAMO DE CACTUS", PABLO LLORCA, 2013.




 LA ERA ESTÁ PARIENDO UN CORAZÓN
(NOTAS AL MARGEN DE UN RAMO DE CACTUS,
PABLO LLORCA, 2013.



POR AARÓN RODRÍGUEZ SERRANO







#01

Hay una primera imagen en Un ramo de cactus que actúa como el disparo inaugural de una escritura. La violencia del primer plano de la cinta –un nacimiento, sellado en el silencio de una vieja película de Super 8- ofrece a la mirada del espectador una especie de cortocircuito entre lo esperado –el mensaje político- y lo recibido –el cuerpo que llega.

Sólo en ese parpadeo se entiende la brutalidad de la propuesta de la última cinta de Pablo Llorca: el cuerpo es el espacio de las escrituras de la Historia, de sus deudas, el cuerpo que se atraviesa en el capital y en los parámetros de los visual –la lista de fotografías, aparatos electrónicos, televisores, que van componiendo la película es casi interminable: espacios de un pasado que retorna, patizambo y borracho de histerias, niños caníbales que buscan el WiFi como quien busca la mortificación del cuerpo, el trabajo manual y el trabajo fotográfico. Hay un discurso corporal, que se superpone sobre el discurso de la ideología, pero que a su vez tiembla con lejanas sugerencias antropológicas: cuerpos que aran una tierra que se ha convertido en cementerio del pasado.

Llorca –creo que, después de tantos textos escritos en torno a su obra, podemos decirlo- es un melancólico que se rebela/revela contra sí mismo. De ahí que el pasado en su cine haya dejado de ser un cadáver hermosísimo –Todas hieren- para convertirse en una acción –el Movimiento 15M, la marea verde-, que tiene escrita en su pertinencia la lucha desquiciada contra la derrota. No se trata sólo del acto de Llorca de seguir rodando, sino del acto de la colectividad de seguir imponiendo su presencia de cualquier manera, una y otra vez, en un amor que no tiene nada de cobarde.





#02

Encuentro en Un ramo de  cactus, como en todas las películas, una escena que me provoca un calambrazo. En una fiesta de la alta sociedad, las cuchipandas del terruño neoliberal impostan discursos y sueñan con la textura de su sueño. Toda la Historia está escrita ya incontables veces, y sin embargo, hace falta escribirla de nuevo. La graduación, la maripepi de la alta escuela de economía –Llorca no tiene reparos en poner nombre y apellido a las nuevas napolas hitlerianas de la economía, y uno siente ganas de soltar un castizo Olé desde dentro del pecho-, el baboso juego de máscaras sin rostro en el que siempre queda un espacio sin simbolizar, un cuerpo perdido que parece un niño gigante abandonado en mitad de una fosa séptica.

Si ustedes no han estado en esas fiestas, no saben a lo que me refiero. No basta siquiera con haberlas vivido, hay que haber respirado el aroma de los perfumes de las niñas bien que se mezclan con la tarde en una coreografía de virginidades de marca, el rumor de sus tacones carísimos sobre una tierra que desprecian, entender todo ese amor perdido, todo ese cuerpo que no es sabe que es cuerpo y nunca se emborracha, sino que se mantiene rígido en la línea de la exigencia social. Hermosas cariátides de pijerío, y hermosos titanes de melenilla pepera, ojalá Llorca se hubiera equivocado o hubiera realizado una caricatura, pero quien lo probó, lo sabe.





#03

El niño está enfermo de Disneylandia.

El niño está enfermo de la vivencia simulada y va de bajada de simulacros, pobre niño que a veces parece una metáfora de la España de la crisis, otras veces dan ganas de cruzarle la cara de un sopapo y otras veces funciona como la réplica exacta de los replicantes que invaden los paritorios soñando con el viaje fin de curso, o sea, que se van a pegar en Punta Cana, otro Mojito, chati, igual hasta se zumban a una indígena pagándole unos ticketsrestaurante de la chequera de papá. La era estaba pariendo un corazón pero se descuidó apenas un segundo y le salió un Ratón Mickey con cara de pocos amigos y los dientes afilados. El Ratón Mickey ha crecido y se montó el chiringo de la burbuja inmobiliaria/Disneylanda, montaña rusa para el currito que se hinchaba a inyectarse Hipoteca en vena, y creo que el cine de Llorca es un golpe de lucidez, una polaroid desenfocada de aquel momento de pánico en el que la Era, ya digo, contempló el fruto de su vientre ya sin bendición alguna y en lugar de ángel anunciador descubrió al cachondo de Goofy invirtiendo en Enron.

Reconozco que me gustó mucho la metáfora del niño enfermo de Disneylandia. Yo mismo fui un niño enfermo de Disneylandia, y con el tiempo me costó leer mi propio rostro en aquel gesto desencajado de furia espídica y fantasía a tope junto al castillo en Magic Kingdom. Qué pasote, los niños pobres de la transición en Disneylandia, algún día tendría que escribir a Pablo Llorca y comentarle, aunque fuera de pasada, que no entendí realmente lo que implicaba Disneylandia hasta que no visité Auschwitz. Pero esa es otra historia que contaré en otro momento.





#04

Pablo Llorca vs. Brad Pitt. Esa idea también es buena.

Hace unos días andaba tomándome unos cafés con unos cómplices y me dieron la clave de por qué no me había gustado Guerra Mundial Z: el problema de la ausencia de colectividad. Brad Pitt no necesita la colectividad para salvar a una humanidad que, a lo peor, ni siquiera necesita ser salvada a estas alturas. La colectividad es incómoda, por definición, en una gran parte de nuestro cine. Incluso cuando vemos fracasar a los sujetos –en El consejero (The Counselor, Ridley Scott, 2013), por ejemplo-, siempre fracasan en una soledad apabullante. El sujeto quiere diferenciarse, y el cine le retrata siempre deslizándose hacia el abismo en soledad, sin asidero alguno.

Llorca se pone el traje de etnógrafo y se pasea por una comuna en un viraje casi documental que erosiona en algún momento la lógica del relato sin llegar a romperlo. Al margen de que la situación pueda parecer mejor o peor –y reconozco que ahí no termino de coincidir con el director-,  lo que me pareció valioso fue simplemente el hecho de volver a situar sobre el tapete el problema de la colectividad, el problema de lo mal que hemos conseguido comunicarnos y de lo alienígena que resulta, a bote pronto, la idea de un grupo de personas que construyen juntas un sistema de vida paralelo. Luego, ya digo, podemos discutirlo, pero reconozco que cada vez me cuesta más encontrar películas que sean capaces de proponer claramente un nosotros sin que les tiemble el pulso.





#05

Una flor de cactus. Aunque no lo crean, he pensado mucho en el título de la cinta. Es quizá el título más enigmático de Llorca, y sin duda, de los más sugerentes. Por un momento me quiero deslizar hacia la otra utopía imposible de John Ford, ya saben, el ataúd del héroe desconocido al que quieren enterrar sin botas en mitad de ninguna parte. Sin embargo, creo que más allá del Western, aquí de lo que se trata es de mantener un discurso que sea coherente pese a todo. Tengan cuidado al mirar las imágenes que componen la cinta: sólo han podido ser rodadas de esa manera concreta, cada plano encaja en sí mismo, en su necesidad de hablar de una no-melancolía con lo que se tiene. ¿Se imaginan una cinta que defienda que igual no es necesario seguir aumentando la velocidad de descarga de Internet rodada de otra manera? Nos partiríamos de la risa. Sin embargo, en el plano estricto, riguroso y rodado contra toda lógica, cristaliza el potencial ideológico de la cinta. Pero de eso ya les he hablado otras veces en este mismo espacio, y por el momento, basta con señalar que Llorca sigue teniendo la fuerza necesaria para caminar en su propia dirección autoimpuesta.

Y eso, sin duda, no se puede decir ni del diez por ciento de lo que se estrena en nuestras pantallas.



Pablo Llorca