JEAN EUSTACHE
EL CINE IMPOSIBLE
Miguel Ángel Lomillos / Jesús Rodrigo (eds.)
MATERIALES 4 - 200 páginas
Descarga gratuita PDF
Jean Eustache y el cine imposible
Pilar Pedraza / Juan López Gandía
El primer artista después de la Nouvelle Vague
Jean Douchet
Une sale histoire o el ojo en el agujero
Isabel Escudero
Una sucia historia
Jean-Noël Picq y Jean Eustache
Filmando el lenguaje o las razones de un zángano
Isabel Escudero
De los usos amoros tras la resaca del 68
Miguel A. Lomillos
Lo que quiere decir hablar
Jean-Louis Leutrat
Número cero
Ángel Díez.
La pasión documental de Eustache
Luis Alonso García
El pequeño Rimbaud en Narbone
María José Ferris Carrillo
Desposeer la mirada
Virginia Villaplana Ruiz
La esencia de las cosas
Nacho Cagiga Gimeno
Declaraciones de Jean Eustache
El hilo
Serge Daney
Filmografía / Bibliografía
José Ángel Alcalde
A pesar de su indudable interés, el cine de Jean Eustache (Pessac, 1938) es prácticamente desconocido en España, incluso en medios académicos y profesionales, que suelen asociar su nombre sólo con la película La Maman et la putain (1973). También en Francia existe un olvido injusto, no por parte del público, que no administra el legado ni el prestigio de los creadores, sino de los gestores de la cultura, al servicio de la industria. (...) Comparada con los ríos de tinta que se han vertido a propósito de cineastas coetáneos, mayores y menores, la fortuna de Eustache resulta mezquina, lo que quizás no esté mal, en el sentido de que, poco frecuentado por la crítica y la teoría, su cine mantiene intacto cierto hermetismo que le es propio, una especie de resistencia y de altivez del pobre convencido que no quiere dejar de serlo a costa de asumir compromisos indeseables.
Eustache fue en su momento un cineasta excéntrico y sobre todo disconforme con su tiempo. Cuando los creadores de la Nouvelle Vague, algo mayores que él, estaban integrándose en un neoclasicismo, diferente del cine de qualité o, con palabras de Truffaut, “cinéma de papa”, pero tan institucional como él, hablaba de revolución refiriéndose a la cultura y al cine. Decía que no quería hacer revoluciones que consistieran en dar grandes pasos hacia adelante sino hacia atrás, en busca de lo primigenio, de lo primitivo quizá, de lo que no se pudiera reducir a técnica. ¿Era por ello reaccionario?, se preguntaba él mismo hace casi treinta años. Ahora podríamos tranquilizarle con un rotundo “no”, que es lo que, en el fondo, hubiera querido. No era un reaccionario, era un hombre lúcido, descontento con su suerte. Transmitió la amargura y el fastidio que le causaba la quiebra de los ídolos, aunque fueran falsos, después del mayo francés, y el vacío y la nada que quedó tras esa efímera revolución, plagada de contradicciones en lo público y en lo privado. Pero sobre todo era un artista tocado por la melancolía que produce la mediocridad circundante, esa vida insustancial de la segunda mitad del siglo XX, marcada por la dictadura de los medios de comunicación, un bienestar insulso y un arte que ha perdido su razón de ser y se ha convertido en mercancia.
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Jean Eustache y el cine imposible
Pilar Pedraza / Juan López Gandía
El primer artista después de la Nouvelle Vague
Jean Douchet
Une sale histoire o el ojo en el agujero
Isabel Escudero
Una sucia historia
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Filmando el lenguaje o las razones de un zángano
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De los usos amoros tras la resaca del 68
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Lo que quiere decir hablar
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Número cero
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La pasión documental de Eustache
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Declaraciones de Jean Eustache
El hilo
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José Ángel Alcalde
A pesar de su indudable interés, el cine de Jean Eustache (Pessac, 1938) es prácticamente desconocido en España, incluso en medios académicos y profesionales, que suelen asociar su nombre sólo con la película La Maman et la putain (1973). También en Francia existe un olvido injusto, no por parte del público, que no administra el legado ni el prestigio de los creadores, sino de los gestores de la cultura, al servicio de la industria. (...) Comparada con los ríos de tinta que se han vertido a propósito de cineastas coetáneos, mayores y menores, la fortuna de Eustache resulta mezquina, lo que quizás no esté mal, en el sentido de que, poco frecuentado por la crítica y la teoría, su cine mantiene intacto cierto hermetismo que le es propio, una especie de resistencia y de altivez del pobre convencido que no quiere dejar de serlo a costa de asumir compromisos indeseables.
Eustache fue en su momento un cineasta excéntrico y sobre todo disconforme con su tiempo. Cuando los creadores de la Nouvelle Vague, algo mayores que él, estaban integrándose en un neoclasicismo, diferente del cine de qualité o, con palabras de Truffaut, “cinéma de papa”, pero tan institucional como él, hablaba de revolución refiriéndose a la cultura y al cine. Decía que no quería hacer revoluciones que consistieran en dar grandes pasos hacia adelante sino hacia atrás, en busca de lo primigenio, de lo primitivo quizá, de lo que no se pudiera reducir a técnica. ¿Era por ello reaccionario?, se preguntaba él mismo hace casi treinta años. Ahora podríamos tranquilizarle con un rotundo “no”, que es lo que, en el fondo, hubiera querido. No era un reaccionario, era un hombre lúcido, descontento con su suerte. Transmitió la amargura y el fastidio que le causaba la quiebra de los ídolos, aunque fueran falsos, después del mayo francés, y el vacío y la nada que quedó tras esa efímera revolución, plagada de contradicciones en lo público y en lo privado. Pero sobre todo era un artista tocado por la melancolía que produce la mediocridad circundante, esa vida insustancial de la segunda mitad del siglo XX, marcada por la dictadura de los medios de comunicación, un bienestar insulso y un arte que ha perdido su razón de ser y se ha convertido en mercancia.