LOLITA SEGÚN KUBRICK
JAMÁS NOS CONOCIMOS
POR MARIEL MANRIQUE
Está loco por vos y a vos te encanta enloquecerlo. Es el más divertido de los juegos que solés jugar. De a ratos. Sos muy pop y podríamos fabricarte en serie. Sos inocente y perversa al mismo tiempo, o sea, extraordinariamente elemental. Sos su never-to-be-had y
su Lado B se lo está comiendo a mordiscones. De lo que él
creyó ser, ya no queda nada. Es exclusivamente el altar que te levantó. Sos lo
único que ve. Pero no te ve, porque está obsesionado. Sos su Beatrice Russo con
bikini floreada, la Laura
que espera a su Petrarca con vulgares gafas de sol en promoción (dos pares por el precio de uno, en la tienda del pueblo).
No lo querrás nunca, no importa
lo que ofrezca. No te tendrá aunque pueda penetrarte. Deseándote viola una
doble prohibición. La mesa del martirio está servida. Dolores... Lola ...
Lolita ... Lo. En cada una de las letras de tu nombre cree leer tu nombre.
Veneraría uno de tus guantes como un santo sudario, sintiendo que no envolvió
tu mano sino tu corazón. Vela tu sueño como quien obstinadamente cría una
pesadilla, tomándose diariamente la pastilla que lo mantiene vivo para sumarle a
su perdición un día más.
Esto no es solo sexo con
pornografía, porque él se muere por tocarte y sos menor. Esto es un gran mal
amor, de la especie "unilaterales"; un monólogo con pulsión suicida; un tratado acerca de la
crueldad humana, definida como la indiferencia hacia el daño causado. Él
tortura a tu madre y vos sos su tortura. Pero sin desearlo. No hay alevosía ni
premeditación. Porque vos dormís y él no puede quitar sus ojos de tu cuerpo,
que ha transformado en la summa de todos los cuerpos, la cifra
envenenada del mismísimo cielo y la gramática autista de su respiración. Los
dos son victimarios y verdugos. Debieran fugarse cada uno por su lado. Pero se
fugan juntos arrasando con todo lo que les salga al paso, incluido el oficio de
la auto-salvación.
Él te pinta las uñas de los pies
aplicadamente, como si esculpiera los pliegues de una virgen barroca,
mientras sorbés al descuido una Coca-Cola, tirada en la cama en pose de carnada-que-sí-pero-no. Tenés el pelo batido como dicta la
moda y te has convertido en su vestal. Él lame tu pedestal devotamente,
tragándose los chicles que tiene pegados. El siempre está entre sombras y vos
iluminada pero una nube negra los envuelve a los dos. Quisiera ser el aro que
roza tu cintura, el césped del jardín que sostiene tus pies.
Los separa el círculo de tu propia órbita y ese libro que sostienen sus manos, que por definición te está vedado y que ni siquiera se te ocurriría tocar. Entre tu aro y su libro hay un muro de acero. Ustedes dos jamás se han visto ni se han encontrado. Esta historia es la obra triste de una cabeza indolente y una cabeza trastornada, fatalmente perdidas y estrelladas contra ese muro imposible de saltar.
Los separa el círculo de tu propia órbita y ese libro que sostienen sus manos, que por definición te está vedado y que ni siquiera se te ocurriría tocar. Entre tu aro y su libro hay un muro de acero. Ustedes dos jamás se han visto ni se han encontrado. Esta historia es la obra triste de una cabeza indolente y una cabeza trastornada, fatalmente perdidas y estrelladas contra ese muro imposible de saltar.
Ay, Lolita, qué le habrán hecho tus pies al profesor, que le quitaron el mundo de abajo de los suyos. Que lo pusieron a correr hacia un lugar adonde nunca estabas, del que te habías retirado, como si fuera un bar, antes de que llegaran todos los profesores.
Imágenes
Lolita, Stanley Kubrick, 1962.