WHITTAKER, Tom
The Films of Elías Querejeta.
A Producer of Landscapes
A Producer of Landscapes
Cardiff: University of Wales Press, 2011
POR AGUSTÍN RUBIO ALCOVER
Universitat Jaume I (Castellón)
El fallecimiento de
Elías Querejeta, una de las figuras más relevantes y controvertidas –¿no hay
algo redundante en esta combinación de adjetivos?– de toda la historia del cine
español, motiva que echemos mano de un libro relativamente reciente, y del que
apenas se ha hablado en nuestro país. Se trata del primer estudio monográfico
dedicado fuera de nuestras fronteras a la figura de “el Productor”, como lo
motejó Manuel Gutiérrez Aragón y lo consagró Fernando Méndez-Leite. No es
frecuente el interés por figuras concretas de la cinematografía nacional en el
extranjero, y menos por alguien que no sea director, actor o, acaso, guionista.
Ese sería ya un argumento de suficiente entidad como para que nos aproximáramos
a él, siquiera para interrogarnos acerca de cómo se percibe y se analizan
nuestras creaciones desde un punto de vista externo. Sin embargo, el presente volumen
es prácticamente desconocido aquí, donde el panorama reseñístico está demasiado
sujeto a una dinámica cortoplacista bastante mezquina, basada en apresuradas
notas informativas, halagos a los amigos y ninguneo a los… desafectos.
Es lástima, porque
el libro de Tom Whittaker, profesor de estudios hispánicos en la Universidad de
Liverpool, resulta de lo más aleccionador –no siempre para bien– para
comprender cómo se interpreta el cine español y, por extensión, a España
allende nuestras fronteras. Para empezar, el trabajo se centra en una dimensión
muy concreta, la del espacio. La estructura del trabajo es cronológica, y rehén
de un concepto de los estudios fílmicos sintomático-culturalista. El autor
aspira a poner la obra de Querejeta en un contexto que no es tanto el entonces,
como el de la imagen que cada momento se tiene hoy, en función de
preocupaciones, certezas y claves de lectura del ahora.
Por eso, el primer
capítulo (“Geographies of Anxiety”) se ocupa de las primeras producciones de
nuestro hombre, bajo la dirección de Antxon Eceiza y del Saura joven. Trata de
desarrollar, apoyándose en Henri Lefebvre, que el desarrollismo supuso un
primer impacto ecológico, social, ideológico, etcétera, lo cual habría generado
un sentimiento de angustia que afloraría en las películas del periodo.
El segundo capítulo
(“Spaces of Violence”) explora el cine comúnmente identificado con el
mesetarismo –Los desafíos, El espíritu de la colmena, Peppermint Frappé, Pascual Duarte. Lo hace a la luz principalmente de Gilles Deleuze,
si bien la línea ideológica es deudora de un tópico bastante más prejuicioso y
problemático: el dichoso cainismo español. Y es que la idea, en el fondo, no es
otra que la de que la agonía del régimen franquista fue un proceso violento,
real y también simbólico en la medida en que la única salida posible a la
dictadura no pasaba por una reforma, sino por una ruptura; ergo, Whittaker relee los films en cuestión en clave de alegoría
anticipatoria –felizmente errada.
“Infinite
Landscapes”, que es como se titula el tercer capítulo, estudia sobre todo las
películas de Manuel Gutiérrez Aragón para Querejeta, Habla, mudita y Feroz. En
la senda de Emmanuel Levinas, se interna en la representación de lo salvaje, o
lo rural como algo remoto, misterioso e inaprensible, como manifestación de –de
nuevo– una ansiedad resultante del pesimismo postdesarrollista.
A continuación, el
cuarto (“Rediscovering Roots: Ecology, Land and Region”) aborda una sola
película, representativa de un repliegue en las esencias nacionales que, según
se sobreentiende, caracterizó los inicios de la democracia y el ensayo del
autonomismo, a partir de la categoría del Da-sein
de Martin Heidegger. Se trata de Tasio.
“No-Man’s-Land:
Transitional Space and Time” hace el quinto capítulo, y se ocupa de las
películas protagonizadas por jóvenes delincuentes o problemáticos, como Deprisa, deprisa, 27 horas o Historias del
Kronen con la “liminaridad” (liminality),
del pensador postcolonial Homi K. Bhabha, como punto de apoyo. La tesis
consiste en que las dinámicas de exclusión y desigualdad de la sociedad
española de esos años tiene un reflejo en la representación de unos personajes
a caballo entre la infancia y la edad adulta y que habitan (no-)lugares de
extrarradio.
Por último, “Global
Spaces” extrae de Las cartas de Alou
y de Los lunes al sol lecciones
acerca de las repercusiones de la globalización de la economía en el espacio
local y en la ciudadanía, en particular en la mano de obra inmigrante y en la
población parada. Aquí la categoría que ilumina a Whittaker es la “heterotopía”
de Michel Foucault.
El principal
inconveniente del libro es que resulta complicado tomarse en serio un texto no
plagado, pero en el que sí menudean erratas y fallos, a cuál más llamativo:
“Aguirreaobe” por Aguirresarobe –todas y cada una de las veces que se cita al
gran director de fotografía vasco–, Patxi Isbert en lugar de Patxi Bisquert,
“Estado de Autonomías” en vez de “Estado de las Autonomías”, la Armada
Invencible como “Invincible” cuando supuestamente se emplea la expresión castellana
original, la errónea traducción del verso de Antonio Machado “Yo voy soñando
caminos de la tarde” o, los errores más graves, las confusiones de la
generación del 98 con la de 1988 y de Castilla la Nueva y Castilla la Vieja
entre sí.
Hay ciertos
sectores críticos e intelectuales en los que, de acuerdo con una actitud en el
fondo sumamente condescendiente, se considera pedante y de mal tono señalar
estos peros como relevantes. Según su razonamiento, hacerlo constituye un abuso
de autoridad, una suerte de etnocentrismo. Discrepo precisamente porque no
considero que la españolidad sea ningún grado: el conocimiento (no wikipédico) de las culturas y la precisión
en el manejo de las terminologías, sean las que sean, es una precondición para
aportar cualquier reflexión a un debate serio. De lo contrario, sucede lo que
en este caso: que el lector se debate entre la sensación de pérdida de tiempo
con algo que, en determinados aspectos, no cumple con unas condiciones
científicas y discursivas mínimas; y una indeseable actitud de indulgencia
autoimpuesta por conciencia profesional, que obliga a pasar por alto fallos
graves, siempre a cambio de algún comentario interesante que –hay que darse
ánimos– ha de venir y compensar lo anterior.
Peppermint Frappé, Carlos Saura, 1967