TIEMPO DE MEMORIA
(LAS DOS MEMORIAS, JORGE SEMPRÚN, 1974)
POR NACHO CAGIGA
La
Filmoteca española estrenó el pasado 29 de mayo la restauración de la película
de Jorge Semprún, Las dos memorias (Les Deux mémoires, 1974), cuyo año de
producción data de 1972. Sin embargo, la película se había visto con
anterioridad hace muchos años en un par de ocasiones, también vía Filmoteca,
pero ahora se ha podido visionar una copia restaurada, cumpliendo el deseo
expreso de Semprún de que se exhibiera con normalidad en España, pues se trata de
un filme que él concibió pensando en un público español, el principal afectado
por el desastre de la Guerra Civil de 1936-1939.
El
estreno tuvo mucho de agridulce. Para empezar se produce sin la figura de su
autor, pues Semprún murió en 2011, con lo cual no pudo asistir al reencuentro,
después de tantos años, de su película con el público español actual. Su
intención era crear un documento que supusiera un punto de encuentro de todos
los implicados, y que tendría que haber sido algo parecido al filme Shoah (Claude Lanzmann, 1985), aunque
sustituyendo al pueblo judío por los españoles que vivieron algunos de los más
tristes acontecimientos del siglo XX. Y aquí aparece otro elemento amargo con
respecto a este nuevo pase. La película que se proyectó tiene una duración de
dos horas (141 minutos para ser exactos), frente a las seis horas que tendría
que haber durado según lo proyectado por su autor. Esta tremenda frustración ha
ocurrido por muy diversas causas. Para empezar el filme se rodó en régimen de
semiclandestinidad, toda vez que Semprún consiguió los permisos de la España
franquista solamente para filmar un documental que iba a tratar presumiblemente
de la España de entonces. Sin embargo, la idea de Semprún era muy distinta. Lo
que él pretendía era un proyecto más ambicioso que empezaría con la Guerra
Civil, seguiría con los refugiados huidos del conflicto, hablaría después de la
vida de los españoles que lucharon en la Resistencia francesa y que conocieron
los campos de concentración nazis, para volver de nuevo a la España franquista,
el maquis, el exilio interior y exterior y, finalmente, la España del momento,
en la que daría voz a los jóvenes de aquel entonces, aquellos que iban a ser
los protagonistas de la próxima transición hacia la monarquía y la democracia.
Se sabe que el material rodado, principalmente entrevistas, era de cuarenta
horas, a las que habría que añadir una serie de materiales de archivo,
documentos en que se vería hablar a ciertos protagonistas de la historia que
por razones obvias no iban a poder ser entrevistados por Semprún, con la figura
central de Francisco Franco como eje principal, pero también el entonces
príncipe Juan Carlos o escritores de la talla de André Malraux. Cabe decir que
en una situación democrática, Semprún habría podido realizar su documental de
entrevistas con más facilidad, y seguramente el material original no hubiera
acabado medio perdido en algún sitio, todavía pendiente de recuperarse. Porque
la siguiente coordenada que afecta a las peripecias sufridas por este documental parece haber sido
la desidia y la fría recepción que estas imágenes tuvieron, primero, en el país
vecino, y segundo, en el nuestro por razones políticas evidentes (la dictadura
ante todo), aunque uno no entiende el por qué hemos tardado casi cuarenta años
en que finalmente se recuperara para España, y además únicamente la versión
reducida de dos horas (la que Semprún llegó a montar en su día).
En la
actual restauración, dirigida por Camille Blot Wellens, se han tenido en cuenta
los dos montajes existentes realizados por Semprún hasta la fecha. La
responsable de la restauración comentó en la presentación de la Filmoteca que
todavía no estaba cerrado el proceso de recuperación del filme, pues queda la
esperanza de que algún día se pueda encontrar el material rodado y que se pueda
hacer una nueva versión (ya aproximativa, toda vez que Semprún no parece haber
dejado notas o directrices claras sobre el asunto) con la duración de las seis
horas previstas en un principio, y alargando el arco dramático de la experiencia
de aquellos que vivieron el drama de la Guerra Civil y sus nefastas
consecuencias. Sin embargo, la fría acogida que la película parece haber tenido
en este último visionado, y su escasa o nula repercusión mediática y cultural
me hacen temer lo peor, esto es, que el filme se quede como está y ya nadie se
preocupe de esas cuarenta horas que duermen el descanso de los justos, perdidas
y olvidadas, en algún oscuro rincón de algún cementerio de celuloide.
Todo
esto es especialmente triste y contradictorio en un momento en el que vivimos
una suerte de exaltación del formato documental (bien que mayoritariamente
televisivo por desgracia), donde se ha producido no solo una cierta
resurrección del “género”, sino que en la actualidad ha conseguido una carta de
identidad, un estatus, que hace del documental una de las grandes formas de
expresión contemporánea, dentro del maremágnum de medios y estilos en los que
nos movemos. Y Semprún, con Las dos
memorias, se convierte en uno de los grandes precursores de esta vanguardia
que con demasiada frecuencia acaba por convertirse en simple moda audiovisual.
Ahora que el documental, el ensayo fílmico, el reportaje, el cine directo y las
películas de entrevistas se han degradado al punto de transformarse en realities, reportajes institucionales,
entrevistas periodísticas de tintes mediáticos o simples informes semanales sesgados por ideologías de uno u otro signo, un
referente como Las dos memorias
debería tenerse bien en cuenta y estudiarse como un modelo de hacer cine de
entrevistas, una propuesta fílmica construida desde una perspectiva dialéctica
que no prescinde de la pluralidad de enfoques, el diálogo abierto y la
necesidad testimonial de la memoria que habita en cada uno de nosotros. Sobre
todo porque en Semprún sí que hay una necesidad de superar los acontecimientos
históricos con la creación de un punto de vista nuevo que se construya a partir
de ese o, mejor, de esos diferentes ejercicios de la memoria.
La guerra ha terminado, Alain Resnais, 1966
El
propio punto de vista de Semprún se materializa con una aparición personal,
acompañado por su álter ego, Diego, el protagonista de La guerra ha terminado (La
Guerre est finie, Alain Resnais, 1966) que vuelve a interpretar su amigo
Yves Montand. A él le dirá que su punto de vista queda explicitado por la misma
forma que ha adoptado su documental, dejar hablar libremente a los
entrevistados, ya pertenezcan a la extrema derecha, a la extrema izquierda, al
eurocomunismo, a la Iglesia católica, al nacionalismo, a los exiliados, a los
instalados en el franquismo, o a los que ya quieren pasar página y dejar el
tema como un hecho histórico. No está pues en su ánimo dar una lección de
historia, afianzar una ideología o brindar un balance moral. Las dos memorias busca aportar la
elocuencia del testigo, el carácter testimonial que cada individuo lleva dentro
de sí, para reivindicar el papel de la memoria en nuestras vidas y la necesidad
de un ambiente de libertad y democracia para que esta pueda manifestarse
plenamente. Recordemos que todavía estamos en 1.972 y que para cualquier
español de entonces contrario al régimen de Franco el deseo de libertad y de
democracia era algo crucial. Semprún se coloca deliberadamente en la posición
del testigo para mostrar (desde esta posición marginal pero no neutral) las
diferentes maneras de encarnar ese deseo de libertad. Ese mostrar, frente al
rechazo por demostrar cualquier punto de vista, es su seña de identidad como
autor, aunque no puede reprimir, en su auto-entrevista, hablarnos de su
cansancio al escuchar, desde diferentes memorias, los mismos desfasados
discursos. Esta posición, contraria a cualquier intento de resurrección de
actitudes guerracivilistas, como ya había expresado en su guion de La guerra ha terminado, y que le había
llevado a ciertas tensiones con el Joseph Losey de Las rutas del sur (Les Routes
du Sud, 1978), sería todavía de un gran valor en el emponzoñado ruedo
ibérico de hoy en día, donde cada cabra parece tirar a su particular monte.
Las rutas de sur, Joseph Losey, 1978
No
obstante, Las dos memorias tiene un
segundo nivel de lectura. Al igual, en un curioso viaje de ida y vuelta que une
a las dos historias, que sucede en Las
olas (Alberto Morais, 2011), la película muestra un trauma no resuelto. Si
en la historia de Morais, su protagonista, Miguel (Carlos Álvarez-Nóvoa), acaba
en la playa de Argelès-Sur-Mer para constatar que no queda huella alguna de su
pasado, el filme de Semprún empieza precisamente así, con imágenes del veraneo
en la época de los setenta, en las playas francesas (se habilitaron varios
campos que no garantizaban un mínimo de condiciones de habitabilidad) que en su
día acogieron a los refugiados españoles que huían de la guerra (y donde muchos
murieron por las lamentables condiciones de acogida), para constatar que los
cuerpos bronceados y festivos han sustituido y borrado a los cuerpos
cadavéricos y derrotados de las familias que hasta allí llegaron huyendo del
horror. Tal como hizo Imre Kertész con su relato El buscador de huellas (A
nyomkereső, 1977),
al mostrar a una víctima del Holocausto volviendo al lugar del horror donde ya
no puede encontrar un rastro cabal de lo allí acontecido, también las huellas
borradas del pasado son para Morais y Semprún la constatación del elemento
irrecuperable de un tiempo pretérito perdido, dejando esa fatigosa tarea al
frágil quehacer de la memoria (personal y colectiva).
Semprún
hace entrevistas a representantes de todos los frentes abiertos durante la
Guerra Civil como a Federica Montseny, Santiago Carrillo, Dioniso Ridruejo o
José María Gil-Robles, pero también a españoles del exilio francés (María
Casares o Juan Goytisolo), jóvenes anónimos, hijos de combatientes o
estudiantes de la España del momento, nacionalistas como Raimon, representantes
de la Iglesia, militantes de base anarquistas, socialistas o falangistas,
hispanistas como Ian Gibson, o actores culturales como Nuria Espert, buscando
un mosaico humano que permita una visión global e íntegra de lo acontecido, las
razones y las pasiones, las causas y los efectos. El documental queda
incompleto al no poder contar la odisea de los españoles del exilio durante los
años de la 2ª Guerra Mundial, la lucha antifascista en Francia y la sombría
experiencia de los campos nazis. En definitiva, y como apuntábamos al
principio, el trauma de una herida que todavía es foco de rencores y
enemistades no superadas. Como republicano español, Semprún nunca abandonó la
militancia en el exilio, pero siempre con la mirada puesta en un socialismo
democrático y humanitario que le convirtió en un rebelde contra el Partido
Comunista, hasta que acabó por echarle de sus filas, como a su compañero
Fernando Claudín (otro de los entrevistados en el documental y muy próximo
intelectualmente a Semprún), por denunciar la barbarie soviética y los
regímenes totalitarios comunistas. Un compromiso intelectual este, el de la
crítica y el de la autocrítica, que uno echa de menos en los actuales movimientos
de izquierda, en muchas ocasiones incapaces de ver sus propios crímenes y
errores, siguiendo de manera dogmática el catecismo ideológico del momento.
Como
él mismo dice: “La elección de documentos se hizo en función de dos cosas: la
primera es que se tomó, como punto de partida, no hacer uso de una voz en off, salvo para lo mínimo necesario,
como explicaciones de fechas, lugares o personajes. ¿Por qué? Porque si se
utilizan muchos documentos con una voz en off
que explica todo, esa voz en off se
convierte en la voz de Dios y en la voz de la verdad histórica que interpreta
la realidad, y eso es precisamente lo contrario del filme. La película no se
propone hacer oír una voz divina, incluso aunque sea la voz del autor, que dice
la verdad sobre la guerra de España, sino plantear el contraste de las verdades
contradictorias…” (1) La sustitución del discurso por el debate, de Aristóteles
por Platón, para conseguir una aproximación socrática hacia las personas y los
hechos, no está tampoco exenta de ironía y distanciamiento: “El punto de vista
político de Las dos memorias es dejar
que los demás hablen. Con el riesgo de escuchar muchas tonterías, con el riesgo
de escuchar también algo que ya se sabía antes. Pero, por lo menos, escuchar e
intentar comprender…”. (2)
En
definitiva, la fragmentada mandorla que desfila ante nuestra mirada al
contemplar Las dos memorias entra en
lo más preciado de nuestro patrimonio cinematográfico. Si las limitaciones
técnicas y de producción (curiosamente las filmaciones se hicieron con una
cámara de Súper 16 mm, que entonces era una novedad que permitía aligerar los
rodajes) impiden que formalmente no alcance la poesía de filmes como Le Joli mai (Chris Marker y Pierre
Lhomme, 1963), o el rigor de Shoah,
su valor como cine de entrevistas, basado en el diálogo y la controversia
dialéctica como reivindicación de la memoria y de la necesidad de cicatrizar un
pasado todavía doliente, es de una importancia capital y paradigmática. Sería
una pena que la actualidad mediática sepultara estas virtudes en el
controvertido panorama documental cinematográfico del momento. Las aportaciones
de sus amigos, como Alain Corneau, Costa-Gavras, Yves Montand o Chris Marker
(quien ayudó a definir el trabajo del sonido en off del filme) ayudan mucho a la hora de considerar este filme de
testimonios en precedente de las actuales direcciones que se suponen en el
documental de creación (la utilización rítmica del material de archivo, la
composición polifónica de los comentarios en off que conducen el discurrir del filme, las pequeñas ficciones que
actúan como contrapunto y los guiños personales del autor), en muchas ocasiones
con un tratamiento más hondo y significativo de lo que ciertas corrientes
documentales de estos últimos tiempos nos aportan, con productos de diseño y
alta tecnología que solo sirven para ocultar el vacío de sus imágenes.
Jorge
Semprún ha sido con sus libros, guiones y películas (¿para cúando se recuperará
la magnífica versión en cámara subjetiva que Jean Prat realizó para la
televisión francesa de Le grand voyage en 1969?) uno de los más importantes autores de la memoria
de la segunda mitad del siglo XX. La necesaria reconstrucción de la izquierda
no puede seguir haciendo oídos sordos ante voces tan circunspectas y
experimentadas como la que nos aporta el conjunto de su obra. Y también veo
difícil que podamos superar crisis como la actual si damos la espalda a
trayectorias como la suya, a fin de cuentas, la de un testigo crucial de
nuestro pasado más reciente.
1. SEMPRÚN
Jorge, en Les Cahiers de la Cinémathèque,
nº 21, enero, 1977.