Abril 2013
EL DÍA DE LA PEINETA
El refranero español suministra sentencias
para todas las ocasiones, gustos y colores. A la vista de la situación en que
vivimos, tanto dentro como fuera de nuestros lares, nos viene a la cabeza
aquella de "a río revuelto, ganancia de pescadores". Las recientes
elecciones italianas, las más pretéritas griegas, los incumplimientos del PP y
las desavenencias internas del PSOE, las justificaciones de lo injustificable
(inenarrable y tercermundista e incluso marxiana la intervención de Cospedal),
la corrupción a escala nacional e internacional, los ejemplares ciudadanos de
CIU, la amenaza con demandas a diestro y siniestro por parte de Bárcenas
(despido improcedente, mobbing,
robo…), las otras demandas del PP contra todo lo que se mueve (“curiosamente”,
se querella contra El País y no
contra El Mundo), el culebrón
Ponferrada, y un suma y sigue de despropósitos que no hacen sino refrendar
aquello de "robar a los pobres para dárselo a los ricos", no pueden
sino plantearnos el enorme problema que supone, de cara al futuro, el avance de
los populismos de todo signo (si bien, en justa lógica, sus realidades internas
son siempre de derechas). La indignación popular da alas a voces que no pueden
ni quieren representarla, pero que la aprovechan, de lo cual da ejemplos la
historia para llenar un contenedor de muchas toneladas, casi siempre con
funestas consecuencias (Latinoamérica puede ser un buen ejemplo con el
peronismo y ahora con el estallido popular en Venezuela tras la muerte de
Chávez).
Nos gustaría en esta ocasión hablar de la
vida, de la alegría, del amor, de la madurez, incluso del vino o de la gastronomía,
pero la terca y nauseabunda realidad se impone y obliga a seguir una y otra vez
machacando en el mismo clavo, incluso si resulta un tanto molesto para quienes
suscriben esta sección, otrora con ánimos más lúdicos y menos lacrimógenos.
La crisis entre Alemania e Italia por esas
declaraciones que etiquetaban como payasos a Grillo y Berlusconi, es un nuevo
síntoma de la situación. Italia defiende en tal tesitura que la voz del pueblo
ha hablado y es soberana. No le falta razón, pero, ¿es esa la voz del pueblo?
¿Han obtenido esos partidos los votos del conjunto de ciudadanos a los que
realmente representan? Es evidente que no, que han aprovechado un flujo nutrido
de un lado por el hartazgo y la indignación, y por otro del statu quo de los votantes de derechas
marcados por la necesidad de alguien que represente sus "intereses".
En un columna de opinión recientemente publicada en El País por Arcadi
Espada bajo el título Ópera Bufa, se
señalaba esta cuestión con nitidez: "contra lo que pudiera suponerse, los
resultados de Italia, como tantos otros grandes y graves éxitos de la hez
europea, no atentan principalmente contra la política establecida. Eso es tan
solo un efecto colateral. La víctima real de estas victorias hórridamente
sentimentales es, exactamente, el progreso, y la posibilidad de un cambio
higiénico, profundo y perdurable en la gobernabilidad".
En nuestro país, la propia derecha -cada vez
más ultra- no se contiene a la hora de diseminar el bulo de que "todos son
iguales". Lógico, ya que, con una ley electoral como la actual, pase lo
que pase, el poder seguirá repartido entre PP y PSOE, con algunas migajas (a
escala estatal, pero las barras enteras en sus respectivas comunidades) para
CIU, ERC, ICV-IU, PNV y Sortu. Así pues, la boca se les llena con el número de
votos. Tal número es falso, a todas luces, porque no tiene en cuenta la
abstención, porque el reparto de escaños es injusto, y porque no puede
considerarse un voto de apoyo durante cuatro años a aquel que se ejerció sobre
un programa que se ha incumplido plenamente: la relación entre elector y
elegido es moralmente contractual, aunque no lo sea legalmente.
En esta tesitura, tampoco parece preocuparle a
los partidos mayoritarios el avance del populismo, pero ese es el huevo de la
serpiente que puede un día acabar con ellos. No tenemos ninguna duda de que la
inmensa mayoría de los miembros de base del PP y del PSOE, y del resto de
partidos, por supuesto, son gente honrada que desean lo mejor para la
colectividad, pero es evidente que no tienen los dirigentes que merecen y que
estos, al igual que ocurre con las prácticas políticas, actúan en contra de sus
intereses mediante ese flujo establecido jerárquica y perversamente desde
arriba hacia abajo.
¿Es posible el cambio? La respuesta es
difícil, pero no imposible. El cambio tiene que ser cultural y social: las
cúpulas de los partidos deben representar fielmente a sus afiliados y ser
elegidas democráticamente, los controles para asegurar la honestidad en el
ejercicio del poder deben ser exhaustivos y permanentes, la ley electoral debe
modificase para que dé voz real al conjunto de la sociedad, hay que acabar de
una vez por todas con los paraísos fiscales (cosa posible, si hubiera voluntad
para hacerlo), las grandes empresas y fortunas deben soportar el grueso de la
imposición para garantizar una correcta redistribución de los bienes económicos
y sociales, es imprescindible retomar la senda del bienestar colectivo... y hay otros muchos etcéteras.
El problema es cultural y con la cultura hay
que combatirlo. Como saben muy bien en Italia y en España esos que controlan
los medios y las normas, conducir a las "masas" es muy fácil y a ello
se aplican sin escrúpulos. Los votos resultantes son, claro está, números, pero
otorgan poder... Sin embargo, no cualifican al elegido: Hitler también ganó
unas elecciones.
Curiosamente -y nos vamos ya al terreno del
audiovisual, que nos compete- una lección de como funcionan estos mecanismos de
control social nos la da el tercer episodio de la segunda temporada de la serie
inglesa Black Mirror, El momento de Waldo (The Waldo Moment, Brynn Higgins, 2013), donde Waldo es una animación irreverente que
consigue unir en torno a él la insatisfacción generalizada y esto le lleva a
presentarse a unas elecciones y casi ganarlas; a la vista del fenómeno, aparece
la sempiterna CIA (denominada sutilmente "agencia") y propone el
lanzamiento a escala mundial. El resto y sus consecuencias son fácilmente
imaginables puesto que lo hemos visto en el pasado, lo estamos viendo en el presente
y seguiremos viéndolo en el futuro si no le ponemos remedio ahora mismo. Para
rizar el rizo, la propuesta americana es comenzar la experiencia en
Latinoamérica (¿suena de algo, verdad?).
Black Mirror, El momento de Waldo, Brynn Higgins, 2013
La crisis ya es algo constante en el trasfondo de gran parte de las películas que nos llegan, y se presenta con múltiples máscaras. Por un lado, anclada en el individuo y sus relaciones más inmediatas (la pareja), como es el caso de Si fuera fácil (This Is 40, Judd Apatow, 2012), que aborda la crisis de los 40 sin preocuparse en exceso de los aspectos contextuales y pretende ser una comedia adulta de autor, pero hollywoodiense, lo cual es muy atractivo en el plano teórico, y responde fielmente a las virtudes y los problemas del cine de Apatow: un deseo de contentar y al mismo tiempo un esfuerzo por la profundidad, que dan como resultado un nivel desmedido en los diálogos y una irregularidad manifiesta. Nos tememos que el director está excesivamente sobrevalorado por cierta crítica, pese a que consigue transmitir el reflejo del malestar vivencial que pretende.
Si fuera fácil, Judd Apatow, 2012
Mucho más rigor y fuerza tiene Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010), película que llega con un cierto retraso a nuestras pantallas y que plantea una crónica de la crisis de pareja muy inteligentemente montada en los entornos del inicio y el fin; en planos cortos y en el seno de un universo cerrado, intimista, gestiona el malestar del espectador sabiamente y, al tiempo, construye escenas de un alto nivel poético. La interpretación de Gosling es muy convincente, por no decir magistral.
Blue Valentine, Derek Cianfrance, 2010
Para cerrar la terna de “las cosas que pasan en Marte”, El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, David O. Russell, 2012), pese a algunos aspectos de interés indudable, resulta excesivamente conformista y predecible; supera el tono medio del cine actual, pero no consigue entusiasmar, y los premios que le han dado, paradójicamente, contribuyen a la decepción. Como se puede observar, no parece haber un especial interés en el cine mainstream (con visos de mayor o menor independencia) por relacionar la crisis social con la de pareja. Crisis, sí, pero cada una en su nivel, como si no hubiera una imbricación entre ambas que, en muchas ocasiones, consigue arruinar las vidas privadas como consecuencia de la sangría de las públicas.
El lado bueno de las cosas, David O. Russell, 2012
Y si de Marte hablamos, un ejemplo de nulidad juvenil es Dando la nota (Pitch Perfect, Jason Moore, 2012), que, a excepción del canto "a capela", que siempre tiene su lado agradable, es una suma de "más de lo mismo" entre universitarios, esta vez bien vestidos y de familia "culta y aseada", en el mejor de los mundos y sin problemas que les compliquen la vida: un pestiño. Más interesante, pero sin alharacas, resulta You Are the Apple of My Eye (Na xie nian, wo men yi qi zhui de un lai, Giddens Ko, 2011), aun siendo muy convencional, donde se cuenta la historia de un grupo de amigos en la escuela que llegan a la madurez en Taiwán; hay solamente algún atisbo de sensatez con las cuestiones referentes al mito del primer amor, pero, en general, es casi tan insulsa como la anterior: cine taiwanés al estilo yanqui, sin gamberros.
Dando la nota, Jason Moore, 2012
You Are the Apple of My Eye, Giddens Ko, 2011
Otra forma de poner color a la crisis es la proliferación de historias sobre la corrupción con un 10% de denuncia y un 90% de acción/aventura/suspense a través de tramas engañosas, cuando no tramposas de pleno, como es el caso de La trama (Broken City, Allen Hughes, 2013), valga la redundancia, que es una de esas películas americanas de género, sobre corrupción en las altas esferas, que gustan mucho al gran público y tratan con eficacia limitada cuestiones de actualidad; o de El chico del periódico (The Paperboy, Lee Daniels, 2012), película que reflexiona en torno a la construcción de la verdad y la inocencia desbaratada por la realidad, con un arranque confuso y desigual, pero que va cogiendo cuerpo, hasta llegar a un desenlace implacable, que en parte la redime. Tampoco The Liability (Craig Viveiros, 2012) aporta nada nuevo en esa dinámica de “trampear” con las expectativas del público.
La trama, Allen Hughes, 2013
Por si fuera poco, la crisis se refleja eficazmente en la aparición de psicópatas de todo calibre, muchas veces arropados por la inmoralidad ambiental e institucionalizada que ya no puede servir como ejemplo de nada ni para nadie (de ahí la clara desaparición de moralejas en el cine de los últimos años). En esta línea, nos han llegado este mes títulos significativos: Siete psicópatas (Seven Psychopaths, Martin McDonagh, 2012) no está a la altura de Escondidos en Brujas, el debut de su director, pero tiene gracia y está muy bien interpretada (solo faltaría eso); su postmodernismo resulta casi extenuante con esa construcción de película-guión que enlaza múltiples historias e intenta un tono deconstructivo que no consigue ni por asomo. Las ventajas de ser un marginado (The Perks of Being a Wallflower, Stephen Chbosky, 2012) es, sin embargo, una película "sentida" con una absurda traducción de título que parece hablar contra la propia esencia del film; supone una agradable sorpresa repleta de sentido y de sensibilidad como reflexión sobre el viaje iniciático de la adolescencia, sin tapujos ni moralinas, con una deriva más que interesante hacia el "mal de vivir" propio de esa época juvenil que todos parecemos olvidar más de la cuenta. The Imposter (Bart Layton, 2012) es una mezcla de recreación, documento y docudrama, con imágenes de archivo y también ficcionales, en la que la suplantación de identidad, a partir de un caso real nunca concluido en positivo, se sigue con muchos altibajos, pero consigue una atmósfera de gran intensidad en algunos momentos.
Siete psicópatas, Martin McDonagh, 2012
Las ventajas de ser un marginado, Stephen Chbosky, 2012
The Imposter, Bart Layton, 2012
En esa línea de manifestaciones extremas de personajes atormentados, si no directamente psicópatas, aparecen tres títulos significativos: Broken (Rufus Norris, 2012), donde, con una ejecución formal que produce huecos, salta en el tiempo y los rellena, asistimos a la puesta en escena de una imposibilidad: la del viaje hacia la madurez en una sociedad en plena descomposición que se edifica sobre la suma de odio y violencia. Aunque el final no llega a producir un relato redondo por la asunción de un cierto conformismo, la tragedia humana se vislumbra en cada rincón en el seno de un microcosmos metafórico. A otro nivel, Combat Girls (Kriegerin, David Wnendt, 2011), a la que ni el titulo en inglés ni el subtítulo que le hace la versión española (La Guerrera) dan fe del contenido puesto que nos encontramos ante un arriesgado alegato antifascista que se configura desde el punto de vista de los grupúsculos neonazis en Alemania y la falta de perspectivas de una juventud a la deriva cuyos orígenes y herencias son un condicionamiento insalvable. Película, pues, con pocas concesiones a la galería y gran fuerza expresiva cuya única moralina es la necesidad de redención y de toma de conciencia. Y hemos de revindicar, sea siquiera parcialmente, Little Birds (Elgin James, 2011), que es un film indie bastante estereotipado y de fondo conservador, con buenas interpretaciones por parte de unas Thelma y Louise adolescentes, filtradas por una mirada a lo Larry Clark, que nos brindan una película deprimente y deprimida, con hallazgos interesantes y sin "mensaje" final, cosa que se agradece.
Broken, Rufus Norris, 2012
Combat Girls, Kriegerin, David Wnendt, 2011
Little Birds, Elgin James, 2011
Lo peor, desde luego, han sido las películas pretenciosas. A la cabeza Mamá (Andrés Muschietti, 2013), que, con una primera hora que tiene momentos escalofriantes y con un tramo final lamentable, participa de los peores vicios (cursilería, banalización de la muerte) del cine del productor, Guillermo del Toro; en este sentido, una más del montón, aborrecible por lo poco rentable del planteamiento y los efectismos. A poca altura ha rallado también Un plan perfecto (Gambit, Michael Hoffman, 2012), con muy “mala pata”, donde el guión de los Coen solo se explica, o bien como un encargo, o bien porque al acabarlo vieron que era tan flojo que más les valía venderlo para que un artesano hiciera una comedieta convencional. En la cima de las pretensiones, con una gran carga de irregularidad, El atlas de las nubes (Cloud Atlas, Tom Tykwer, Andy y Lana Wachowski, 2012) nos brinda casi tres horas de historias en montaje paralelo con anclajes y similitudes, pero con un resultado pedante y capaz de aburrir hasta a los muertos; hay algún destello momentáneo, pero más parafernalia y fuegos artificiales que calidad, sin embargo, quizás porque no esperábamos nada de los hermanos Wachowski, y que la filosofía New Age se daba por descontada, nos pareció más madura (en su inmadurez consustancial) de lo previsible.
Mamá, Andrés Muschietti, 2013
Un plan perfecto, Gambit, Michael Hoffman, 2012
El atlas de las nubes, Tom Tykwer, Andy y Lana Wachowski, 2012
De aquí y de allá se nos quedan títulos descolgados, como
es el caso de El ladrón de palabras (The Words, Brian Klugman y Lee
Sternthal, 2012), reiterativa y por momentos previsible, con un juego
realidad-ficción que está bien conseguido y una reflexión sobre la apropiación
del arte que no es banal; la película simplemente se deja ver, pero introduce
una compleja red de narradores secundarios que abren el sentido para el
espectador. O Más allá de las colinas
(Beyond the Hills, Dupa dealuri,
Christian Mungiu, 2012), brillante realización e interpretación, pero un tanto
tediosa porque busca, sobre todo, una expresión pictórica con predominios del
claroscuro y planos nocturnos; reitera los habituales planos fijos, largos,
casi sin acción, pero tiene interés la contraposición entre sana fe y
fundamentalismo religioso.
El ladrón de palabras, Brian Klugman y Lee Sternthal, 2012
Más allá de las colinas, Dupa dealuri, Christian Mungiu, 2012
Tratando abiertamente aspectos políticos del pasado, con posibles lecturas de presente, dos títulos con fuerte carga documental: Cubillo. Historia de un crimen de estado (Eduardo Cubillo, 2012) documento pretendidamente honrado y sin paños calientes ni propaganda, que intenta dejar claro lo que hubo detrás del intento de asesinato del dirigente del MPAIAC; la puesta en relación de sicario y víctima es especialmente relevante, aunque en el lado negativo hay que anotar algunas “medallas” que se autoatribuye el grupo independentista con excesiva frivolidad. Más interesante es No (Pablo Larraín, 2012), arriesgada apuesta de filmar en U-Matic que consigue igualar los tonos de los documentos reales con los ficcionales; plantea el NO a Pinochet, desde la crónica personal y abundando en la campaña publicitaria, poniendo en evidencia los absurdos esquemas de los políticos y la capacidad de la creatividad. La idea de que la democracia chilena contemporánea es, en gran medida, un producto de consumo yanqui, nos parece mixtificadora, pero, ¿para cuándo películas así sobre la España de la discutida Transición?
Cubillo. Historia de un crimen de estado, Eduardo Cubillo, 2012
Finalmente, tres films de animación han coincidido en nuestras pantallas casi simultáneamente. Frankenweenie (Tim Burton, 2012) es otra recreación del mito en la línea habitual de Tim Burton, con mucho juego cinéfilo, que se deja ver con agrado. Hotel Transylvania (Genndy Tartakovsky, 2012) no es nada especial, aunque resulta divertida y contiene muchos juegos privados relacionados con el cine de terror. Lo mejor, sin duda, Rompe Ralph (Wreck-It Ralph, Rich Moore, 2012), que arranca con una excelente reflexión formal sobre el 2D y el 3D, apoyada también por la planificación, pero que pierde fuelle hacia la mitad. Es un abordaje al mundo de los videojuegos que merece la pena, sobre todo, por su discurso sobre la obsolescencia.
Frankenweenie, Tim Burton, 2012
Hotel Transylvania, Genndy Tartakovsky, 2012
Rompe Ralph, Wreck-It Ralph, Rich Moore, 2012
Este mes hemos querido ilustrar la imagen que dos títulos actuales dan de los trapos sucios de las clases dirigentes; títulos anclados, respectivamente, en el presente más cercano e inmediato (Los amantes pasajeros) y en el pasado del corazón de Europa (Un asunto real).
MUCHACHADA ALMODÓVAR, O LA HORA DE ALFRED NUI: LOS AMANTES PASAJEROS
Agustín Rubio Alcover
Los amantes pasajeros se desarrolla prácticamente en unidad de espacio-tiempo: un vuelo de España a México que, debido a una avería en un tren de aterrizaje, se ve obligado a dar la vuelta y volar en círculos sobre el espacio aéreo de Castilla, a la espera de que se habilite un lugar para llevar a cabo un aterrizaje de emergencia. Aparte de la variopinta (aunque de orientación sexual más bien monótona) tripulación, el pasaje (significativamente reducido al de business class) está compuesto por un actor, una dominatriz, un estafador, una vidente, un traficante de mescalina…
La trama es lo de menos (no se me ocurre
otra película que merezca tanto el calificativo de “inenarrable”), pues lo que
importa es el enredo y la comicidad, verbal, gestual y escatológica. A pesar de
su militancia escapista, el film contiene malévolas alusiones a las estafas
bancarias, los aeropuertos peatonales y los gustos sexuales del Monarca
(por parte de todo un señor Príncipe de Asturias de las Artes, que, por más
señas, lisonjeó al heredero al trono en una ceremonia de los Goya, fantaseando
con la posibilidad de cantarle el Happy Birthday, como hizo Marilyn con
JFK). La táctica ejemplifica a la perfección el registro en el que se trata lo
político en el cine de Almodóvar. En sus inicios, se carcajeaba tanto de
quienes le afeaban que no quisiera experimentar con el lenguaje con
pretensiones transformadoras, que rodó un corto, Film político, en el
que defecaba (literalmente) y se limpiaba el trasero (frente a la cámara) con
una fotografía de Richard Nixon. Luego, cuando la crítica le señaló que su cine
funcionaba de espaldas a la pervivencia del franquismo y los avatares de la
Transición (cosa, todo sea dicho, discutible como tal), él tuvo la salida de
pata de banco de que su manera de rebelarse contra la dictadura era negarle la
entidad; de hecho, el título inicial de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón era Erecciones generales.
Todo cambió, cuando el felipismo se hundía:
en La flor de mi secreto, mostraba las manifestaciones que por aquel
entonces hacían los estudiantes de medicina, cuyo lema era “6=0”, para
protestar por los nulos resultados que obtenían después de haberse esforzado
más tiempo que los demás universitarios; es decir, con la ola de acoso y
derribo a un gobierno socialista que se desmoronaba, mas no frontalmente. Con
su primera cinta producida con el PP, Carne trémula, se acordó por
primera vez del pasado tenebroso, para concluir que, “afortunadamente, en este
país hace ya mucho que hemos perdido el miedo”. Cuando cayó Aznar, y tras un
sonado escándalo por haber declarado que varios ministros populares habían
tratado de dar un golpe de Estado la noche de las elecciones del 14-M, decidió
abordar los abusos sexuales por parte del clero (La mala educación).
Durante la segunda legislatura de Zapatero, prefirió centrarse en hacer
melodramas oscuros, abstraídos y autorreferenciales que, todo sea dicho, no
estaban nada mal (Los abrazos rotos, La piel que habito). Por
fin, tras la llegada al poder por parte de Rajoy, ha admitido que se equivocó
apoyando a ZP en la campaña para su segundo mandato, que constituyó, a su
juicio, “un auténtico desastre”. Al hilo de lo cual, se ha descolgado con esto.
Los amantes pasajeros no es, como él ha dicho durante la promoción, su película más gay,
sino la más trash, e ilustra el estado de endiosamiento absoluto en que
se encuentra alguien que se ha acabado creyendo que puede hacer un corto chungo
(con efectos visuales tan deplorables como el de la caída del móvil; congelados
triásicos; dos subtítulos completamente impertinentes en un par de ocasiones en
que la música, atronadora, impide que se entiendan los diálogos; o la actuación
de los azafatos al son de I’m So Excited, que remite a la repelente moda
de la gente de montar coreografías chapuceras) y, por el hecho de rodarlo él,
convertir la basura en oro.
Hay, en el liviano conjunto (ochenta y tres
minutos de reloj, con largos créditos animados al principio y al final), dos o
tres escenas más que con gracia, con sentido; escenas que casi desentonan, en
el marco de chanantización (por la surreal La hora chanante) o carminización
(por la infausta Carmina o revienta) del manchego. Este crítico se
esperaba un quiebro en su filmografía similar al que supuso Psicosis en
la de Hitchcock, tras su paso por la televisión: algo productivamente sencillo,
pero sustancioso e innovador; lo que se ha encontrado es un número uno natural
del top manta.
Según el cineasta, el rodaje ha sido una
experiencia muy dura. Espero sinceramente que el comentario forme parte de la
campaña de autobombo. Con lo que ha parido, que haya disfrutado él se me antoja
lo mínimo. También, visto lo visto, se pregunta uno: “pero, Pedro, ¿qué las
das?”. Una respuesta verosímil la da un lapsus cazado al vuelo en un
dominical: Jeremy Irons, eminente actor británico, nos glorifica en comparación
con Alemania: “Yo voy a España porque me encanta como es. No quiero que sea
Europa” (la cursiva es mía). Hipótesis (reformulación, más bien, de una que
circula desde los inicios de P.A.): tal vez su secreto consista en ofrecer una
imagen de nuestro país que finge burlar los tópicos pero se regodea en ellos,
que aparenta modernidad pero da esencialismo, que promete progreso cuando
invita al apalancamiento (en toda la extensión de la palabra). ¿Será casualidad
que Los amantes pasajeros no lleguen a abandonar la península, y que el happy
end consista en que la catástrofe se evite?
La redactora de la entrevista en cuestión,
Ixone Díaz Landaluce, se hace eco del rumor según el cual Irons y su legítima
mantienen una relación abierta, y da como dato cierto que la exchica Almodóvar
Loles León se rompió la pelvis y una muñeca en la suite que tenía el
intérprete en el hotel Santo Mauro durante una estancia en Madrid, en 1999. Y
es que a los anglos les gustamos más mollositos y salaces, temperamentales y
cabreadizos, pero con buen conformar. Así que hala, a esperar que escampe, o,
como se atribuye de manera apócrifa a San Vicente Ferrer, “follad, follad, que
se acaba el mundo”.
HABÍA UNA VEZ... UN
(EURO) CIRCO: UN ASUNTO REAL
Francisco Javier Gómez Tarín
Se dirá el lector, con razón, que en una introducción que pretende revisar los acontecimientos del mes, se nos ha pasado el Papa Benedicto y su dimisión. No hay tal, simplemente lo hemos dejado a un lado porque por una vez, dentro del cúmulo de incoherencias de la entidad eclesiástica, hay alguien que dimite, cosa que, dicho sea de paso, le redime algo de sus actuaciones pasadas y coloca alto el pedestal para otros mandatarios europeos, sobre todo españoles, a los que no les vendría mal dejar de llenarse la boca con su catolicismo militante y mostrar más dignidad y honestidad dimitiendo individual o colectivamente, ya que son auténticas familias (¿rebaños?)
El circo europeo tiene
domadores y fieras (desde leones, a ratas y pulgas), malabaristas y
equilibristas, gigantes y enanos, pero, sobre todo, payasos, muchos payasos. Y
no es que uno pretenda denostar tan venerable profesión, nada más lejos de mi
ánimo, sino que, al ser estos unos payasos de pega, resultan irrisorios más que
graciosos y hacen que el valor semántico de la palabra se pervierta. Por eso,
una película como Un asunto real (A Royal Affair, Nikolaj Arcel, 2012) permite su lectura desde la inmediatez y le
confiere un valor añadido nada despreciable.
Es evidente que el
equipo que llevó a cabo la concepción y rodaje de este film, con Arcel a la
cabeza, quería ilustrar un momento de especial relevancia en la historia
danesa. Pero no es menos evidente que las historias que se cuentan en las
películas ilustran, a su vez, ideas y conceptos morales, con sus
correspondientes ajustes de cuentas con la realidad. En consecuencia Un asunto real debe concebirse como un
alegato en torno a la obsolescencia de la monarquía como institución. Porque, a
fin de cuentas, lo que el film denuncia es cómo los vientos de cambio que
terminarían con las monarquías absolutistas en la Europa del siglo XVIII
soplaron en Dinamarca durante un corto espacio de tiempo, pero fueron acallados
violentamente por los poderes de siempre para llevar al país a nuevos años de
oscuridad y vuelta al más triste de los pasados, cuando el resto de Europa
progresaba hacia el parlamentarismo.
Ya sabemos que poco o
nada pensarían en España los autores del film, pero héte aquí que el argumento se ajusta como un
guante a nuestra historia presente. Cuando el rey Christian se deja llevar por
su amistad con el médico Struensee, un convencido de la Ilustración y de las
ideas de Voltaire y Rousseau, al que nombra conde y luego concede plenos
poderes, inicia casi inconscientemente un cambio radical en su país que se
concreta en avances en la sanidad, desaparición de la censura, redistribución
de las riquezas y cambios importantes en el funcionariado y el ejército.
Struensee aplica sus medidas progresistas entre mayo de 1771 y enero de 1772.
Sin embargo, es amante de la reina y por ahí llega su perdición (y no porque el
rey lo desapruebe sino porque los poderes fácticos, iglesia y nobleza,
orquestan una campaña de bulos y rumores para situar al pueblo contra el
"extranjero", fruto de lo cual será su fin y el fin de las reformas,
lo que llevaría a Dinamarca a un retroceso enorme y a un nuevo absolutismo
(como decíamos: al robo sistemático a las capas populares para mejorar las
arcas de la nobleza e iglesia, siempre sistemáticamente opuestas al progreso)
Es la historia, sí,
cierta en parte y modificada en otra parte por la ficción, como es lógico en
cualquier reconstrucción. Pero lo mejor del film es su aspecto didáctico para
mostrarnos cuán fácil es modificar el pensamiento de las "masas"
aplicando la mentira y repitiéndola en todos los foros posibles. Esa mentira,
que introduce un odio visceral al "otro", cambiaría el curso de la
historia en perjuicio del propio pueblo, que se queda con el problema de la
infidelidad de su reina, a todas luces un asunto menor y privado que para nada
debió afectar al buen sentido de los avances sociales.
Francisco Javier Gómez Tarín
Agustín Rubio Alcover
Universitat Jaume I de Castellón
Esta entrega de La mirada esquinada se publicó
en la revista El Viejo Topo nº 303, abril 2013.
Agracedemos a El Viejo Topo la autorización
para reproducir e incluir la sección con el mismo título en
Textos en red (Shangrila Textos Aparte).
para reproducir e incluir la sección con el mismo título en
Textos en red (Shangrila Textos Aparte).