MONTERO, Julio; PAZ, María Antonia
Lo que el viento no se llevó.
El cine en la memoria de los españoles (1931-1982),
Madrid: Rialp, 2011
Lo que el viento no se llevó.
El cine en la memoria de los españoles (1931-1982),
Madrid: Rialp, 2011
POR AGUSTÍN RUBIO ALCOVER
LA MEMORIA ES MUY ATREVIDA
El objetivo declarado del presente trabajo consiste en “registrar
algunas de las pautas del consumo cinematográfico español, en un periodo tan
dilatado y pretérito (desde la II República hasta los primeros ochenta del
siglo pasado)” (p. 20). Su aportación más novedosa consiste en que la técnica
en que Montero y Paz se basan consiste en la encuesta, a la que se somete a
miembros de sucesivas cohortes, a través de un amplio grupo de colaboradores,
entre docentes y estudiantes de doctorado, debidamente aleccionados acerca de
las condiciones y la metodología para pasar los cuestionarios.
El loable empeño de los estudiosos se enmarca en la corriente que se
denomina “Historia Social del Cine”. Seguramente por esa razón, las preguntas
no se circunscriben solamente a los recuerdos relativos a su consumo
cinematográfico, sino que se entrelazan con aspectos y cuestiones como las
creencias religiosas, la condición urbanita o rural, el sentimiento de
pertenencia a una clase u otra clase, el poder adquisitivo o la disponibilidad
y la capacidad de manejo de las tecnologías de todo tipo (comunicación,
transporte…) propias de cada época. Los pacientes que respondieron la encuesta (y a los que
los autores del libro bautizan como “los supervivientes”) tenían como mínimo 69
años en el momento en que se sometieron a ella, y por tanto habían nacido en el
año 1934 como tarde. Con estas premisas, el libro constituye una aportación
sustancial a la imbricación de la experiencia fílmica (o, para hablar con más
precisión, de su poso) en nuestro país, en la dinámica general propia de la
modernidad, no solo en términos materiales, sino también psicosociales, de ahí
que Montero y Paz afirmen que “nos adentramos en el complejo escenario de los
imaginarios colectivos, al medir la pervivencia y el impacto de personajes y
tramas que tienen ya un carácter mítico” (p. 32).
Un aspecto digno de ser sometido a debate consiste en la periodización,
que cubre lapsos de extensión muy dispar, y atiende a criterios ora
sociológicos, ora políticos: el primero se refiere a los inicios del sonoro y
la II República; el segundo corresponde a la Guerra Civil; el tercero a “la
edad dorada del cine en España (1940-1960)”; y el cuarto y último, a lo que se
califica como “un lento declinar (1961-1982)”. Dicha decadencia, cuyo contraste
con la presumida cualidad áurea de la frecuentación a las salas en España en
las dos primeras décadas del franquismo, merecería algunas precisiones, por
cuanto, tal y como está formulada, se presta a ser confundida con la atribución
de la correspondiente superioridad, por sus virtudes intrínsecas o en términos
cuantitativos, a la producción cinematográfica del periodo; y, sobre todo,
porque, como a Montero y Paz no se les oculta, la idealización, consciente o
inconsciente, responde en gran medida a un factor eminentemente generacional; y
es que los supervivientes,
en esos años, salían de una guerra, eran en su mayor parte jóvenes, y en
consecuencia carecían de las cargas propias de la madurez.
En todo caso, la tarea del equipo que ha ejecutado la investigación ha
resultado tan ardua como indudablemente gratificante y entrañable; si bien,
como los propios autores reconocen, el planteamiento conlleva graves
limitaciones. En efecto, como todo investigador que haya recurrido a fuentes
orales conoce, el recuerdo juega malas pasadas, y ni a testigos directos ni a
espectadores de a pie se puede ni debe exigir ecuanimidad, exactitud o sutileza
en sus juicios. Frente a estos razonamientos, el lector, seguramente, se
preguntará, en tal caso, para que recurrir a esta estrategia, si tan falible e
incluso peligrosa resulta. La respuesta es tan sencilla como peliagudo
trasladar la lección a la realidad de nuestro trabajo: porque, a menudo, el
método en cuestión es valioso, o el único de que se dispone, para tratar de
acceder a la verdad; de manera que el investigador está ética y prácticamente abocado
a recabar esa información, e intentar separar el (hipotético) grano de la
(virtualmente infinita) paja. De lo cual ya avisa el refranero: “si no quieres
polvo, no vayas a la era”.