Enero 2013
BELENES ARMADOS
Cambiamos el calendario, pero sueldos y
pensiones permanecen congelados, y el estado de ánimo sigue por los suelos, si
no decae. Claro: las farmacias, como no cobran, por no tener no tienen ni
medicamentos y cierran por huelga, así que ya no nos salvan ni los ansiolíticos
ni los antidepresivos, que, para más inri,
habríamos de re-pagar (si re-financiamos a los financieros, de alguna parte
han de salir los fondos, y ya sabemos que los hay que no pagan ni en vacas
gordas ni en flacas).
Mientras los mass media y las redes sociales pierden el tiempo miserable(miente)
pero elocuentemente, haciendo lecturas fundamentalistas de si en el portal de
Belén hubo mula y hubo buey (¡qué no sabrá el bendecido Papa con la ciencia
infusa de la visión a través de los tiempos y su docta interpretación de las
imágenes que cabalgan en el viento!), otras metáforas, más sutiles, les pasan
inadvertidas, con lo que contribuyen a la ceremonia de la confusión.
Verbigracia: la ubicua metáfora “la que está cayendo”, que presupone a la
crisis dos cualidades: una, la impersonalidad de la lluvia; y dos, su finitud
(ni el diluvio universal fue eterno). Pero, ¿quién nos asegura que vaya a
escampar?
Si descendemos nosotros a la tierra, y
hacemos bajar los símbolos, de repente todo cambia, y se vuelve casi
transparente: por ejemplo, en la tierra disputada por la guerra de religión,
Israel bombardea Gaza; Palestina logra que la ONU la acepte como estado
observador; Netanyahu contraataca con la construcción de nuevos asentamientos;
el islamista Mursi, que ha contribuido a pacificar los ánimos y con ello
hacerse imprescindible internacionalmente, aprovecha la coyuntura para ponerse
la judicatura por montera…
Causas y efectos que, en España, se encadenan
de manera análoga: la corrupción del establishment
catalán se precipita una semana antes de los comicios autonómicos; la
ciudadanía, que resulta que es menos influenciable de lo que todos nos creíamos
(el verdadero pensamiento único, compartido por turiferarios y por detractores,
acerca de la genial maestría política de Mas para desviar la atención, se ha
demostrado ridículo), da la espalda a CiU; y, la mañana después de las
elecciones, la corrupción política en la Cataluña del tres per cent, estalla en las narices del PSC y deja tamañito el conte dels tres porquets: uno era de
este partido, otro era de aquél… pero todos se lo llevaban igual de crudo).
A propósito de esta intervención, vale la
pena anotar que el fango ha salpicado especialmente estos últimos meses al
poder judicial: casos como la operación Emperador, con ramificaciones en las
altas esferas, y la salida de tapadillo, por un error de procedimiento, de los
encausados, resucitan la vieja dialéctica: la democracia es, afortunadamente,
garantista; pero resulta inoportuno, y dados los agarraderos del cabecilla de
la trama, huele raro. Añádanse a ese escándalo la huelga de jueces, el conflicto
entre el fiscal general del estado y los tribunales catalanes que han abierto
diligencias contra periodistas de El
Mundo (Torres-Dulce, cría jutges
y te comerán el fetge), los parches
para los desahucios (asunto que tiene mal arreglo, ya que el tinglado está
incardinado en el orden social mismo), el enésimo gallardonazo con la subida de tasas… y, por si fuera poco, la caída
definitiva de la última promesa-mentira electoral: el poder adquisitivo de las
pensiones (y la Báñez diciendo que los pensionistas lo van a agradecer... ¿ya
no hay más nortes que perder en esta encrucijada de desatinos y desafueros?
Dicen que “de perdidos, al río”, pero estas aguas son ya un tsunami).
La tasa que grava los recursos contra las
multas de tráfico ilustra uno de los problemas de fondo: en su forma actual, el
Estado es un Leviatán videovigilante que nos castiga por saltarnos límites
absurdos en zonas eternamente en obras desiertas de trabajadores. Además, y
dado el lío nacional, se resolvió que España “es una cosa” (Iker Muniain dixit): Un pragmatismo menos que
aparentemente despolitizado que hipersimbolizan “la Roja”, el “més que un club”
(de ahí la incómoda estampa en la entrega del Príncipe de Asturias de los
Deportes a Iker Casillas y Xavi Hernández)… y la “Marca España”.
¿Qué hacer “si la cosa NO funciona”
(parafraseando a Woody Allen, paradigma del cinismo que imperó en el cambio de
milenio)? Pídale usted sentido de estado al honrado
ciudadano al que se ha sometido a una sobredosis de ikeísmo (“Bienvenido a la república independiente de tu casa”), y
que oye lapsus linguae tan
inequívocos como el de la vicepresidenta el 30 de noviembre de 2012: “Somos muy
conscientes de que no se puede pedir a todos los acci… a todos los ciudadanos
el mismo esfuerzo”. La salida tan obvia como desalentadora: cual si fuera una
empresa (“marca España”), soltar primero lastre: se cercena lo deficitario (los
servicios públicos); solicitar el concurso de acreedores; luego, o
alternativamente, montar otra (si se tercia).
No es nada personal: “business is business”, o “es la economía, estúpido” (elijan la cita
que quieran: hay una larga lista).
En el pecado, la penitencia.
El problema es que el pecado es suyo (de los hunos y los hotros), y la penitencia nuestra…
Penitencia también (permítasenos enlazar así
con nuestra materia) ha supuesto este mes, a menudo, nuestra tarea, en
particular con bodrios tan alucinantes como Todo
es silencio (José Luis Cuerda, 2012). Incluso las grandes esperanzas
francesas, que venían precedidas por su fama, nos han parecido en conjunto
decepcionantes: En la casa (Dans la maison, François Ozon, 2012)
tiene menos interés del prometido porque la didáctica narrativa y el cruce de
personajes en diferentes espacios funciona bien, pero hay una historia personal
que entra con calzador y que llega a ser incómoda; un quiero y no puedo que
deja sabor agridulce. Por otro lado, Holy
Motors (Leos Carax, 2012) es
una película con muchos altibajos en función del nivel de lectura que le
adjudiquemos; una trama aparentemente lineal se enrosca en torno a la
representación dentro de la representación y hace guiños constantes a las artes
visuales, y, aunque hay en ella una evidente transmisión de sensaciones, de
necesidad de vivir, de cambio, de ruptura con la cotidianidad, acaba resultando
un tanto pedante -ese es su lastre- incluso si algunos momentos tocan altas
cimas.
Todo es silencio, José Luis Cuerda, 2012
En la casa, François Ozon, 2012
Holy Motors, Leos Carax, 2012
Ni siquiera Reality, el último film del director de Gomorra (2008), Matteo Garrone, es enteramente satisfactorio, a pesar de que su afán por no repetirse y su contundencia contra la civilización del espectáculo son dignas de alabanza. Con Una pistola en cada mano, de Cesc Gay (2012) nos ocurrió algo parecido: la una constituye un híbrido entre el cine catalán de burgueses modernos (En la ciudad) y la comedia madrileña (El otro lado de la cama). Es ingeniosa y las interpretaciones soberbias, pero solo la primera situación es sincera y valiente, y el planteamiento de atizar a los hombres por lo tontos que son resulta irritante, por tópico y fácil; porque lo somos, pero mejor que cada cual hable por sí mismo… Es casi el mismo aspecto que vuelve endeble Take this Waltz, de la actriz Sarah Polley (2011), agravado en este caso por una excesiva deuda de la directora novata con la temible Isabel Coixet, que la dirigió en el pasado. Para tanta insistencia en lo irresoluble de las relaciones entre hombres y mujeres, y al final ir a parar en el mismo sitio, mejor un clásico italiano, como Pupi Avati, que en Il cuore grande delle ragazze (2011) dice eso mismo, pero más corto, con más gracia, sin darse importancia… y lo más importante: reconociendo su conservadurismo.
Take this Waltz, Sarah Polley, 2011
Il cuore grande delle ragazze, Pupi Avati, 2011
Pero no acaba ahí la cosa porque, ya sin ser
decepciones, pues nada de particular era esperado, Radiostars (Romain Lévy, 2012), amable y simpatiquilla, resultó
ser intranscendente, al igual que
la poco soportable En campaña todo vale (The Campaign, Jay Roach, 2012), sátira
con discurso moral final intolerable que precipita algunas risas aisladas; y
otro tanto acontece con The Bay
(Barry Levinson, 2012), nueva película apocalíptica pero en esta ocasión como
resultado de la intervención humana sobre la naturaleza (residuos), toda ella
hecha sobre fragmentos de video, cámaras de seguridad, etc… muy bien simulados
y organizados, solo que en los momentos de máxima tensión el realizador no se
contiene y hace el plano corto sorpresa o introduce la música de fondo de
impacto; concesiones que arruinan el conjunto que, por lo demás, resulta
bastante inquietante. En el colmo de la inanidad, Halo 4: Forward Unto Dawn (Stewart Hendler, 2012), resulta insípida
y militarista.
Radiostars, Romain Lévy, 2012
The Bay, Barry Levinson, 2012
Aunque no todo han sido desgracias. Nos gustó
bastante Skyfall (Sam Mendes, 2012),
que ha rebotado a James Bond, como se está haciendo con tantas sagas, como la
de Jason Bourne, y con superhéroes como Batman o Spider-Man, con una plausible
madurez: sin renunciar a los tics que
hacen a 007 ser 007 (el toque brit pop,
ciertos guiños autorreferenciales y cinéfilos, incluso metadiscursivos, la
sitúan en un nivel de complejidad y de seriedad que va más allá del subgénero
original). La primera parte del film recupera unas tramas y modos muy similares
a las películas iniciales, destacando la ausencia de efectos y lo analógico
frente a lo digital; el malvado, en este caso la amenaza en la sombra, es algo
interior, casi familiar (relaciones claramente de amor-odio entre 007 y M, así
como su alter ego, como encarnación
del elemento negativo).
Skyfall, Sam Mendes, 2012
Deadfall (Stefan Ruzowitzky, 2012), pese a algunos
lugares comunes y cierta previsibilidad, tiene una buena construcción de
personajes y trama, con una acción sin descanso, en una línea abierta de
redenciones personales no carente de interés. También El alucinante mundo de Norman (ParaNorman,
Chris Butler y Sam Fell, 2012) es una interesante muestra de cine
infantil-adulto con los esquemas del terror (brujas y maldiciones) y muertos
vivientes, pero con humor y ejecución deudora del imaginario de Tim Burton. Killer Joe (Willliam Friedkin, 2011),
con violencia a raudales, puede leerse como alegoría de la sociedad americana y
su descomposición: parece que la línea de Salvajes (Savages, Oliver Stone, 2012) se incrementa
como si de una moda se tratara, aunque aquí hay un microcosmos y ciertos
resabios de Perdición (Double
Indemnity, Billy Wilder, 1944). A Parada
(The Parade, Srdjan Dragojevic,
2011) se le supone un alegato antihomofóbico, pero el "tono" es
excesivamente irregular, jugando entre la comedia (a veces burda) y la
tragedia, aunque las intenciones sean potentes y el tramo final tenga fuerza. Y
The Magic of Belle Isle (Rob Reiner,
2012) tiene un toque poético, pero un clima melodramático en exceso y apelando
a los sentimientos; no obstante, la relación entre el escritor que no recupera
su vida y la niña tiene fuerza y hace que el film se vea con agrado, pese a su
previsibilidad y final feliz que a todos parece contentar. Títulos, pues, que
nos han interesado, sin llegar a entusiasmarnos.
Deadfall, Stefan Ruzowitzky, 2012
The Magic of Belle Isle, Rob Reiner, 2012
También nos dejaron buen sabor de boca, en su
poquedad y previsibilidad, Golpe de
efecto (Trouble with the Curve,
Robert Lorenz, 2012), el último film protagonizado y producido por Clint
Eastwood, y la producción a dos bandas entre la BBC y la HBO The Girl (Julian Jarrold, 2012), acerca
de la malsana relación entre Hitchcock y Tippi Hedren; un telefilm que da una
envidia tremenda (e insana), porque
el desarrollo de personajes y la audacia formal (y discursiva) nos parecen
superiores al de muchas películas cinematográficas que se suponen
experimentales. ¿Para cuándo algo así por nuestros lares? ¿Para cuándo por
aquí, también, un film acerca de las personalidades de la política española
contemporánea de la categoría de De
Nicolas a Sarkozy (La conquête,
Xavier Durringer, 2011), agradecible retrato, duro pero complejo y nada
sectario, en el que quedan peor parados Chirac y Villepin, lo cual,
paradójicamente, humaniza al personaje sin ensalzarlo, y potencia la
verosimilitud de la crítica de fondo? ¿Imagina alguien una producción española
similar poniendo en escena la ascensión de Felipe González, la decadencia de
Zapatero o el "reinado" de Aznar? A buen seguro no se encontraría ni
producción ni libertad creativa (no tenemos censura, es verdad, pero la censura
se ejerce por doquier).
Golpe de efecto, Robert Lorenz, 2012
No queremos finalizar con este mal sabor de
boca general, así que al menos podemos reivindicar lo último de un realizador
tan sólido y polifacético como Ang Lee: La
vida de Pi (The Life of Pi,
2012), película mágica tanto formal como narrativamente, e incluso desde una
perspectiva de goce hermenéutico. No sería bueno desvelar aquí la trama, pero
baste decir que Pi nos cuenta UNA historia y es el espectador (representado en
el film de forma delegada) quien debe interpretar y establecer un paralelismo
transcendental: Dios también es un relato, pero ¿cuál de sus versiones
escogemos (religiones)? No es esta la lectura general que se ha venido haciendo
de la película, pero estimamos que cuenta con tantas garantías la una como la
otra y, ya puestos, preferimos ser agnósticos.
La vida de Pi, Ang Lee, 2012
En esta ocasión nos ocuparemos de dos filmes
que se hacen eco de la situación socio-económica en que vivimos, si bien desde
puntos de vista muy diferentes. Ambos europeos. Se trata de El Capital (Le Capital, Constantin Costa-Gavras, 2012) y La parte de los ángeles (The
Angel's Share, Ken Loach, 2012).
MEMENTO
MARX: EL CAPITAL
Agustín Rubio Alcover
Cierren los ojos y sitúense por un momento
hace cinco o seis años; imaginen ahora (recuerden que estamos en el año 2006 ó
2007) que les dicen que, un sábado por la tarde, a finales del otoño de 2012,
van ustedes a asistir al estreno de una película de Constantin Costa-Gavras,
titulada por más señas El capital, a
sala llena, y que los espectadores van a asistir a una versión actualizada del
discurso radical que el director griego lleva medio siglo sosteniendo, y que
van a estar de acuerdo con él tanto la gente de derechas de toda la vida como
la izquierda engagé.
Hilarante, pero cierto. Una vez más, tenía
razón Marx: primero tragedia, luego farsa. Lo que no se podía imaginar era que,
en el redux, sus planteamientos
servirían para el argumentario de los revolucionarios de salón o, peor aún
(como afirma el protagonista de la propia película), como un escupitajo en la
cara de quienes propugnaron la transformación de las estructuras: “Este juguete
está producido en Francia, comprado en Inglaterra y fabricado en China”. “Por
niños, probablemente”. “Deberías alegrarte. ¿Acaso la Internacional que tú
soñaste sería capaz de dar de comer a esos niños?”.
No es extraño que llame poderosamente la
atención que El capital resulte,
casi, una versión de autor de la muy reciente y también exitosa El fraude (Andrew Jarecki, 2012), que
traiga a la memoria films de la crisis como Margin
Call (J.C. Chandor, 2011). Cuenta la historia de un exprofesor de economía
(Gad Elmaleh), que, a raíz de la enfermedad del presidente de un gran banco
francés, es elegido como sustituto-títere. El protagonista se ve inmediatamente
atrapado en una turbia red de intereses encontrados, por parte de los grandes
poderes tradicionales locales, los grandes accionistas norteamericanos, los
fondos de inversión especulativos…; y obligado a tomar las decisiones de rigor
en el momento actual: despidos masivos, deslocalización, compra de empresas al
borde de la quiebra…
Al igual que compone y no enmienda la mayor, la película tiene las mismas
virtudes y los mismos defectos, relacionados entre sí, de siempre en
Costa-Gavras: obviedad, panfletarismo y obediencia de la forma a la transmisión
del mensaje. Por eso, al final “el Robin Hood de los ricos” suelta el speech que reza el lema promocional
(“Seguiremos robando a los pobres para dárselo a los ricos”) y, mientras sus
interlocutores prorrumpen en un aplauso atronador e interminable, se gira hacia
el espectador, y se hace un silencio artificial para que oigamos el aparte:
“Son como niños. Niños grandes. Están jugando. Y seguirán haciéndolo hasta que
todo estalle”. Ello no es óbice para que haya algún detalle
cinematográficamente sutil: esta escena rima con el punto medio de la película,
en la que el protagonista abandona una fiesta en la que se enfrenta con su tío
excomunista y, antes, pasa por el salón en el que todos los niños de la familia
están embebidos con sus respectivos aparatejos electrónicos. También vale la
pena anotar la lúcida reflexión acerca de lo socorrida que es “la coyuntura”
como chivo expiatorio de todos los males, que justifica las medidas que se
postulan como las únicas posibles.
No es raro tampoco que en las carteleras
estén proliferando films, como el de Ken Loach o L’enfant d’en haut (Ursula Meier, 2012), que romanticen la figura
del ingenuo ratero (ya se sabe: “los ladrones somos gente honrada”), como
réplica supuestamente legítima a la mercantilización del mundo, relaciones
humanas muy incluidas; o que Slavoj Zizek, en un artículo brillante pero
siniestro, hiciera una loa del advenimiento inminente de la dictadura del
proletariado y de los tribunales populares a propósito del último Batman.
Retomando uno de los ejes del editorial,
todas las metáforas (las películas y, si es el caso, las interpretaciones)
tienen un valor ejemplar, y por ello hay que estar a su altura y manejarlas con
responsabilidad. Ilustremos lo anterior con un ejercicio; según sentencia oída
a Pere Navarro durante la última campaña, el federalismo es como un edificio de
pisos, en el que de puertas adentro cada cual distribuye los muebles a su
manera, pero entre todos pagan la limpieza de la escalera y los gastos de la
comunidad.
¿Qué fórmula prefieren, una
funerario-latinista, tipo “R.I.P.”, o una más al gusto de los tiempos, como “Se
traspasa negocio”? ¿Qué ha quedado de cuando cantábamos a coro con Jaume Sisa
“…casa meva és casa teva,/ si és que cases hi ha d’algú”)?
Es lo que tiene la utopía; que si es
metáfora, ya no es tal, sino cuento chino.
ABRAN SUS
BOLSILLOS, QUE LLEGAN PARA VACIARLOS LOS CIUDADANOS EJEMPLARES: LA PARTE DE LOS ÁNGELES
Francisco Javier Gómez Tarín
Tengo que confesar -vaya por delante- mi poca
afición a cierto cine de Ken Loach que, en su didactismo pseudorevolucionario,
acaba cayendo en el panfleto airado con ribetes demagógicos. Hay otro núcleo de
su cine que hace gala de una soberbia dirección de actores y una fuerte
capacidad para transmitir, casi documentalmente, los sinsabores de la
cotidianidad que viven las capas menos favorecidas de la sociedad inglesa y,
por ende, occidental. Esta segunda vertiente combina con agilidad el humor y la
denuncia social. Pues bien, después de una serie de títulos grandilocuentes,
incluso con escalas en nuestra guerra civil que hubieran sido dignas de mayor
causa y contundencia, Loach regresa a un cine aparentemente menor, didáctico,
sobrio, ejemplarizante e incluso divertido. Un cine que dice sin decir y que
extrae lo mejor de los seres humanos que lo pueblan, con los que podemos
identificarnos pese a sus pequeñas corruptelas.
Vaya por delante que otro aspecto que nunca
me ha convencido de su cine es esa radical sumisión a los cánones del modelo
institucional, con pocas incursiones en la capacidad enunciativa o en el
desvelamiento del dispositivo que pudieran hacer permeables sus films a la
participación crítica del espectador.
Ahora bien, es de agradecer, en el caso que
nos ocupa, la sencillez y la ausencia de pretensiones que, aunque para muchos
se interprete como algo menor en su obra global, incide en lo mejor de su
trayectoria como cineasta desde una perspectiva didáctica. El propio título ya
nos dice mucho del mundo representado y, por ende, del mundo en que vivimos:
este de la crisis que alimenta a mercados y testaferros en tanto arruina a
quienes poco o nada tienen. Porque uno se pregunta: si esa nimiedad de delito
que se representa en el film es la parte de los ángeles, ¿cuál es la de los
demonios? Metáfora, pues, claramente ilustrativa de los tiempos que corren, ya
que los pequeños delincuentes ávidos de vivir sus vidas en paz y/o en disfrute
permanente son resultado de una sociedad que ha esquilmado la paz y el disfrute
de sus antecesores, expulsándolos al territorio de la incultura, la violencia y
la marginación, y robándoles cualquier posibilidad de regeneración.
Pero una sociedad como la nuestra y su
riqueza se construyen como vasos comunicantes en los que la parte de los
ángeles es nimia o nula y la de los demonios ilimitada. Esto lo estamos
comprobando incluso en nuestro país con ese Díaz Ferrán y sus testaferros,
capaces de eludir sus deudas mediante la falsedad de documentos públicos y el
alzamiento de bienes; con la especulación de los mercados financieros y la
parodia de rigor del Banco Central Europeo y el FMI, insaciables en su afán de
vaciar las arcas de los pueblos del arco mediterráneo; con las presiones de las
hidroeléctricas para que se deje de emitir el programa de Jordi Evole por sus
denuncias (por cierto que su entrevista a un inspector de hacienda cuyo grupo
de excelente funcionamiento y resultados había sido desmantelado por el PP nada
más alcanzado el poder, puso sobre la mesa la ínfima cantidad de impuestos que
pagaban las grandes empresas en nuestro país); con los paraísos fiscales; con
la corrupción masiva e institucionalizada; con ese no dimitir, no
responsabilizase, no saber, mano en ristre para ver las monedas que se pueden recoger
en las dudosas operaciones propiciadas por empresas, banqueros, políticos y
vergüenza nacional desconocida.
Pues bien, la película de Loach deja ver bien
a las claras que el pequeño acto de esos seres marginados que implicará la
redención para al menos uno de ellos, no es un delito que dañe socialmente, ni
pretende tal cosa, es la ejecución de una posibilidad que se orienta hacia un
futuro mejor. Sin embargo, ese mismo delito, propiciado por los empresarios e
intermediarios, que pueden engañar sobre sus propios negocios, se plantea desde
la mala fe y la absoluta insolidaridad. Lectura, pues, claramente extrapolable
a nuestro entorno cotidiano.
Incluso el aparente final feliz actúa como un
pequeño rayo de esperanza que se abre paso allá donde no queda margen para
ella. Como espectadores no dudamos en aliarnos con los delincuentes marginados.
Quizás esa solidaridad debiera acercarnos a nuestros semejantes que no pueden
ni siquiera llevarse esa parte de los ángeles porque ya todo lo existente se lo
llevaron los demonios y ahora incluso nos han transferido la deuda contraída
para que la paguemos entre todos (ojo, solamente los ángeles, porque los
demonios siguen rentabilizando su expolio).
Francisco Javier Gómez Tarín
Agustín Rubio Alcover
Universitat Jaume I de Castellón
Esta entrega de La mirada esquinada se publicó
en la revista El Viejo Topo nº 300, enero 2013.
Agracedemos a El Viejo Topo la autorización
para reproducir e incluir la sección con el mismo título en
Textos en red (Shangrila Textos Aparte).
para reproducir e incluir la sección con el mismo título en
Textos en red (Shangrila Textos Aparte).