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18.2.13

LA MIRADA ESQUINADA: DOBLE(S) SENTIDO(S). LECTURAS Y REFLEXIONES SOBRE EL CINE Y EL MUNDO: BELENES ARMADOS.

COORDINADORES: FRANCISCO JAVIER GÓMEZ TARÍN / AGUSTÍN RUBIO ALCOVER



Enero 2013

BELENES ARMADOS








Cambiamos el calendario, pero sueldos y pensiones permanecen congelados, y el estado de ánimo sigue por los suelos, si no decae. Claro: las farmacias, como no cobran, por no tener no tienen ni medicamentos y cierran por huelga, así que ya no nos salvan ni los ansiolíticos ni los antidepresivos, que, para más inri, habríamos de re-pagar (si re-financiamos a los financieros, de alguna parte han de salir los fondos, y ya sabemos que los hay que no pagan ni en vacas gordas ni en flacas).

Mientras los mass media y las redes sociales pierden el tiempo miserable(miente) pero elocuentemente, haciendo lecturas fundamentalistas de si en el portal de Belén hubo mula y hubo buey (¡qué no sabrá el bendecido Papa con la ciencia infusa de la visión a través de los tiempos y su docta interpretación de las imágenes que cabalgan en el viento!), otras metáforas, más sutiles, les pasan inadvertidas, con lo que contribuyen a la ceremonia de la confusión. Verbigracia: la ubicua metáfora “la que está cayendo”, que presupone a la crisis dos cualidades: una, la impersonalidad de la lluvia; y dos, su finitud (ni el diluvio universal fue eterno). Pero, ¿quién nos asegura que vaya a escampar?

Si descendemos nosotros a la tierra, y hacemos bajar los símbolos, de repente todo cambia, y se vuelve casi transparente: por ejemplo, en la tierra disputada por la guerra de religión, Israel bombardea Gaza; Palestina logra que la ONU la acepte como estado observador; Netanyahu contraataca con la construcción de nuevos asentamientos; el islamista Mursi, que ha contribuido a pacificar los ánimos y con ello hacerse imprescindible internacionalmente, aprovecha la coyuntura para ponerse la judicatura por montera…

Causas y efectos que, en España, se encadenan de manera análoga: la corrupción del establishment catalán se precipita una semana antes de los comicios autonómicos; la ciudadanía, que resulta que es menos influenciable de lo que todos nos creíamos (el verdadero pensamiento único, compartido por turiferarios y por detractores, acerca de la genial maestría política de Mas para desviar la atención, se ha demostrado ridículo), da la espalda a CiU; y, la mañana después de las elecciones, la corrupción política en la Cataluña del tres per cent, estalla en las narices del PSC y deja tamañito el conte dels tres porquets: uno era de este partido, otro era de aquél… pero todos se lo llevaban igual de crudo).

A propósito de esta intervención, vale la pena anotar que el fango ha salpicado especialmente estos últimos meses al poder judicial: casos como la operación Emperador, con ramificaciones en las altas esferas, y la salida de tapadillo, por un error de procedimiento, de los encausados, resucitan la vieja dialéctica: la democracia es, afortunadamente, garantista; pero resulta inoportuno, y dados los agarraderos del cabecilla de la trama, huele raro. Añádanse a ese escándalo la huelga de jueces, el conflicto entre el fiscal general del estado y los tribunales catalanes que han abierto diligencias contra periodistas de El Mundo (Torres-Dulce, cría jutges y te comerán el fetge), los parches para los desahucios (asunto que tiene mal arreglo, ya que el tinglado está incardinado en el orden social mismo), el enésimo gallardonazo con la subida de tasas… y, por si fuera poco, la caída definitiva de la última promesa-mentira electoral: el poder adquisitivo de las pensiones (y la Báñez diciendo que los pensionistas lo van a agradecer... ¿ya no hay más nortes que perder en esta encrucijada de desatinos y desafueros? Dicen que “de perdidos, al río”, pero estas aguas son ya un tsunami).

La tasa que grava los recursos contra las multas de tráfico ilustra uno de los problemas de fondo: en su forma actual, el Estado es un Leviatán videovigilante que nos castiga por saltarnos límites absurdos en zonas eternamente en obras desiertas de trabajadores. Además, y dado el lío nacional, se resolvió que España “es una cosa” (Iker Muniain dixit): Un pragmatismo menos que aparentemente despolitizado que hipersimbolizan “la Roja”, el “més que un club” (de ahí la incómoda estampa en la entrega del Príncipe de Asturias de los Deportes a Iker Casillas y Xavi Hernández)… y la “Marca España”.

¿Qué hacer “si la cosa NO funciona” (parafraseando a Woody Allen, paradigma del cinismo que imperó en el cambio de milenio)? Pídale usted sentido de estado al honrado ciudadano al que se ha sometido a una sobredosis de ikeísmo (“Bienvenido a la república independiente de tu casa”), y que oye lapsus linguae tan inequívocos como el de la vicepresidenta el 30 de noviembre de 2012: “Somos muy conscientes de que no se puede pedir a todos los acci… a todos los ciudadanos el mismo esfuerzo”. La salida tan obvia como desalentadora: cual si fuera una empresa (“marca España”), soltar primero lastre: se cercena lo deficitario (los servicios públicos); solicitar el concurso de acreedores; luego, o alternativamente, montar otra (si se tercia).

No es nada personal: “business is business”, o “es la economía, estúpido” (elijan la cita que quieran: hay una larga lista).

En el pecado, la penitencia.

El problema es que el pecado es suyo (de los hunos y los hotros), y la penitencia nuestra…

Penitencia también (permítasenos enlazar así con nuestra materia) ha supuesto este mes, a menudo, nuestra tarea, en particular con bodrios tan alucinantes como Todo es silencio (José Luis Cuerda, 2012). Incluso las grandes esperanzas francesas, que venían precedidas por su fama, nos han parecido en conjunto decepcionantes: En la casa (Dans la maison, François Ozon, 2012) tiene menos interés del prometido porque la didáctica narrativa y el cruce de personajes en diferentes espacios funciona bien, pero hay una historia personal que entra con calzador y que llega a ser incómoda; un quiero y no puedo que deja sabor agridulce. Por otro lado, Holy Motors (Leos Carax, 2012)  es una película con muchos altibajos en función del nivel de lectura que le adjudiquemos; una trama aparentemente lineal se enrosca en torno a la representación dentro de la representación y hace guiños constantes a las artes visuales, y, aunque hay en ella una evidente transmisión de sensaciones, de necesidad de vivir, de cambio, de ruptura con la cotidianidad, acaba resultando un tanto pedante -ese es su lastre- incluso si algunos momentos tocan altas cimas.



Todo es silencio, José Luis Cuerda, 2012


En la casa, François Ozon, 2012


Holy Motors, Leos Carax, 2012


Ni siquiera Reality, el último film del director de Gomorra (2008), Matteo Garrone, es enteramente satisfactorio, a pesar de que su afán por no repetirse y su contundencia contra la civilización del espectáculo son dignas de alabanza. Con Una pistola en cada mano, de Cesc Gay (2012) nos ocurrió algo parecido: la una constituye un híbrido entre el cine catalán de burgueses modernos (En la ciudad) y la comedia madrileña (El otro lado de la cama). Es ingeniosa y las interpretaciones soberbias, pero solo la primera situación es sincera y valiente, y el planteamiento de atizar a los hombres por lo tontos que son resulta irritante, por tópico y fácil; porque lo somos, pero mejor que cada cual hable por sí mismo… Es casi el mismo aspecto que vuelve endeble Take this Waltz, de la actriz Sarah Polley (2011), agravado en este caso por una excesiva deuda de la directora novata con la temible Isabel Coixet, que la dirigió en el pasado. Para tanta insistencia en lo irresoluble de las relaciones entre hombres y mujeres, y al final ir a parar en el mismo sitio, mejor un clásico italiano, como Pupi Avati, que en Il cuore grande delle ragazze (2011) dice eso mismo, pero más corto, con más gracia, sin darse importancia… y lo más importante: reconociendo su conservadurismo.




Take this Waltz, Sarah Polley, 2011


Il cuore grande delle ragazze, Pupi Avati, 2011


Pero no acaba ahí la cosa porque, ya sin ser decepciones, pues nada de particular era esperado, Radiostars (Romain Lévy, 2012), amable y simpatiquilla, resultó ser  intranscendente, al igual que la poco soportable En campaña todo vale (The Campaign, Jay Roach, 2012), sátira con discurso moral final intolerable que precipita algunas risas aisladas; y otro tanto acontece con The Bay (Barry Levinson, 2012), nueva película apocalíptica pero en esta ocasión como resultado de la intervención humana sobre la naturaleza (residuos), toda ella hecha sobre fragmentos de video, cámaras de seguridad, etc… muy bien simulados y organizados, solo que en los momentos de máxima tensión el realizador no se contiene y hace el plano corto sorpresa o introduce la música de fondo de impacto; concesiones que arruinan el conjunto que, por lo demás, resulta bastante inquietante. En el colmo de la inanidad, Halo 4: Forward Unto Dawn (Stewart Hendler, 2012), resulta insípida y militarista.



Radiostars, Romain Lévy, 2012


The Bay, Barry Levinson, 2012


Aunque no todo han sido desgracias. Nos gustó bastante Skyfall (Sam Mendes, 2012), que ha rebotado a James Bond, como se está haciendo con tantas sagas, como la de Jason Bourne, y con superhéroes como Batman o Spider-Man, con una plausible madurez: sin renunciar a los tics que hacen a 007 ser 007 (el toque brit pop, ciertos guiños autorreferenciales y cinéfilos, incluso metadiscursivos, la sitúan en un nivel de complejidad y de seriedad que va más allá del subgénero original). La primera parte del film recupera unas tramas y modos muy similares a las películas iniciales, destacando la ausencia de efectos y lo analógico frente a lo digital; el malvado, en este caso la amenaza en la sombra, es algo interior, casi familiar (relaciones claramente de amor-odio entre 007 y M, así como su alter ego, como encarnación del elemento negativo).



Skyfall, Sam Mendes, 2012


Deadfall (Stefan Ruzowitzky, 2012), pese a algunos lugares comunes y cierta previsibilidad, tiene una buena construcción de personajes y trama, con una acción sin descanso, en una línea abierta de redenciones personales no carente de interés. También El alucinante mundo de Norman (ParaNorman, Chris Butler y Sam Fell, 2012) es una interesante muestra de cine infantil-adulto con los esquemas del terror (brujas y maldiciones) y muertos vivientes, pero con humor y ejecución deudora del imaginario de Tim Burton. Killer Joe (Willliam Friedkin, 2011), con violencia a raudales, puede leerse como alegoría de la sociedad americana y su descomposición: parece que la línea de Salvajes (Savages, Oliver Stone, 2012) se incrementa como si de una moda se tratara, aunque aquí hay un microcosmos y ciertos resabios de Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944). A Parada (The Parade, Srdjan Dragojevic, 2011) se le supone un alegato antihomofóbico, pero el "tono" es excesivamente irregular, jugando entre la comedia (a veces burda) y la tragedia, aunque las intenciones sean potentes y el tramo final tenga fuerza. Y The Magic of Belle Isle (Rob Reiner, 2012) tiene un toque poético, pero un clima melodramático en exceso y apelando a los sentimientos; no obstante, la relación entre el escritor que no recupera su vida y la niña tiene fuerza y hace que el film se vea con agrado, pese a su previsibilidad y final feliz que a todos parece contentar. Títulos, pues, que nos han interesado, sin llegar a entusiasmarnos.



Deadfall, Stefan Ruzowitzky, 2012



The Magic of Belle Isle, Rob Reiner, 2012


También nos dejaron buen sabor de boca, en su poquedad y previsibilidad, Golpe de efecto (Trouble with the Curve, Robert Lorenz, 2012), el último film protagonizado y producido por Clint Eastwood, y la producción a dos bandas entre la BBC y la HBO The Girl (Julian Jarrold, 2012), acerca de la malsana relación entre Hitchcock y Tippi Hedren; un telefilm que da una envidia tremenda (e insana), porque el desarrollo de personajes y la audacia formal (y discursiva) nos parecen superiores al de muchas películas cinematográficas que se suponen experimentales. ¿Para cuándo algo así por nuestros lares? ¿Para cuándo por aquí, también, un film acerca de las personalidades de la política española contemporánea de la categoría de De Nicolas a Sarkozy (La conquête, Xavier Durringer, 2011), agradecible retrato, duro pero complejo y nada sectario, en el que quedan peor parados Chirac y Villepin, lo cual, paradójicamente, humaniza al personaje sin ensalzarlo, y potencia la verosimilitud de la crítica de fondo? ¿Imagina alguien una producción española similar poniendo en escena la ascensión de Felipe González, la decadencia de Zapatero o el "reinado" de Aznar? A buen seguro no se encontraría ni producción ni libertad creativa (no tenemos censura, es verdad, pero la censura se ejerce por doquier).


Golpe de efecto, Robert Lorenz, 2012


The Girl, Julian Jarrold, 2012


No queremos finalizar con este mal sabor de boca general, así que al menos podemos reivindicar lo último de un realizador tan sólido y polifacético como Ang Lee: La vida de Pi (The Life of Pi, 2012), película mágica tanto formal como narrativamente, e incluso desde una perspectiva de goce hermenéutico. No sería bueno desvelar aquí la trama, pero baste decir que Pi nos cuenta UNA historia y es el espectador (representado en el film de forma delegada) quien debe interpretar y establecer un paralelismo transcendental: Dios también es un relato, pero ¿cuál de sus versiones escogemos (religiones)? No es esta la lectura general que se ha venido haciendo de la película, pero estimamos que cuenta con tantas garantías la una como la otra y, ya puestos, preferimos ser agnósticos.



La vida de Pi, Ang Lee, 2012


En esta ocasión nos ocuparemos de dos filmes que se hacen eco de la situación socio-económica en que vivimos, si bien desde puntos de vista muy diferentes. Ambos europeos. Se trata de El Capital (Le Capital, Constantin Costa-Gavras, 2012) y La parte de los ángeles (The Angel's Share, Ken Loach, 2012).


MEMENTO MARX: EL CAPITAL
Agustín Rubio Alcover





El Capital, Constantin Costa-Gavras, 2012


Cierren los ojos y sitúense por un momento hace cinco o seis años; imaginen ahora (recuerden que estamos en el año 2006 ó 2007) que les dicen que, un sábado por la tarde, a finales del otoño de 2012, van ustedes a asistir al estreno de una película de Constantin Costa-Gavras, titulada por más señas El capital, a sala llena, y que los espectadores van a asistir a una versión actualizada del discurso radical que el director griego lleva medio siglo sosteniendo, y que van a estar de acuerdo con él tanto la gente de derechas de toda la vida como la izquierda engagé.

Hilarante, pero cierto. Una vez más, tenía razón Marx: primero tragedia, luego farsa. Lo que no se podía imaginar era que, en el redux, sus planteamientos servirían para el argumentario de los revolucionarios de salón o, peor aún (como afirma el protagonista de la propia película), como un escupitajo en la cara de quienes propugnaron la transformación de las estructuras: “Este juguete está producido en Francia, comprado en Inglaterra y fabricado en China”. “Por niños, probablemente”. “Deberías alegrarte. ¿Acaso la Internacional que tú soñaste sería capaz de dar de comer a esos niños?”.

No es extraño que llame poderosamente la atención que El capital resulte, casi, una versión de autor de la muy reciente y también exitosa El fraude (Andrew Jarecki, 2012), que traiga a la memoria films de la crisis como Margin Call (J.C. Chandor, 2011). Cuenta la historia de un exprofesor de economía (Gad Elmaleh), que, a raíz de la enfermedad del presidente de un gran banco francés, es elegido como sustituto-títere. El protagonista se ve inmediatamente atrapado en una turbia red de intereses encontrados, por parte de los grandes poderes tradicionales locales, los grandes accionistas norteamericanos, los fondos de inversión especulativos…; y obligado a tomar las decisiones de rigor en el momento actual: despidos masivos, deslocalización, compra de empresas al borde de la quiebra…

Al igual que compone y no enmienda la mayor, la película tiene las mismas virtudes y los mismos defectos, relacionados entre sí, de siempre en Costa-Gavras: obviedad, panfletarismo y obediencia de la forma a la transmisión del mensaje. Por eso, al final “el Robin Hood de los ricos” suelta el speech que reza el lema promocional (“Seguiremos robando a los pobres para dárselo a los ricos”) y, mientras sus interlocutores prorrumpen en un aplauso atronador e interminable, se gira hacia el espectador, y se hace un silencio artificial para que oigamos el aparte: “Son como niños. Niños grandes. Están jugando. Y seguirán haciéndolo hasta que todo estalle”. Ello no es óbice para que haya algún detalle cinematográficamente sutil: esta escena rima con el punto medio de la película, en la que el protagonista abandona una fiesta en la que se enfrenta con su tío excomunista y, antes, pasa por el salón en el que todos los niños de la familia están embebidos con sus respectivos aparatejos electrónicos. También vale la pena anotar la lúcida reflexión acerca de lo socorrida que es “la coyuntura” como chivo expiatorio de todos los males, que justifica las medidas que se postulan como las únicas posibles.

No es raro tampoco que en las carteleras estén proliferando films, como el de Ken Loach o L’enfant d’en haut (Ursula Meier, 2012), que romanticen la figura del ingenuo ratero (ya se sabe: “los ladrones somos gente honrada”), como réplica supuestamente legítima a la mercantilización del mundo, relaciones humanas muy incluidas; o que Slavoj Zizek, en un artículo brillante pero siniestro, hiciera una loa del advenimiento inminente de la dictadura del proletariado y de los tribunales populares a propósito del último Batman.

Retomando uno de los ejes del editorial, todas las metáforas (las películas y, si es el caso, las interpretaciones) tienen un valor ejemplar, y por ello hay que estar a su altura y manejarlas con responsabilidad. Ilustremos lo anterior con un ejercicio; según sentencia oída a Pere Navarro durante la última campaña, el federalismo es como un edificio de pisos, en el que de puertas adentro cada cual distribuye los muebles a su manera, pero entre todos pagan la limpieza de la escalera y los gastos de la comunidad.

¿Qué fórmula prefieren, una funerario-latinista, tipo “R.I.P.”, o una más al gusto de los tiempos, como “Se traspasa negocio”? ¿Qué ha quedado de cuando cantábamos a coro con Jaume Sisa “…casa meva és casa teva,/ si és que cases hi ha d’algú”)?

Es lo que tiene la utopía; que si es metáfora, ya no es tal, sino cuento chino.


ABRAN SUS BOLSILLOS, QUE LLEGAN PARA VACIARLOS LOS CIUDADANOS EJEMPLARES: LA PARTE DE LOS ÁNGELES

Francisco Javier Gómez Tarín





La parte de los ángeles, Ken Loach, 2012


Tengo que confesar -vaya por delante- mi poca afición a cierto cine de Ken Loach que, en su didactismo pseudorevolucionario, acaba cayendo en el panfleto airado con ribetes demagógicos. Hay otro núcleo de su cine que hace gala de una soberbia dirección de actores y una fuerte capacidad para transmitir, casi documentalmente, los sinsabores de la cotidianidad que viven las capas menos favorecidas de la sociedad inglesa y, por ende, occidental. Esta segunda vertiente combina con agilidad el humor y la denuncia social. Pues bien, después de una serie de títulos grandilocuentes, incluso con escalas en nuestra guerra civil que hubieran sido dignas de mayor causa y contundencia, Loach regresa a un cine aparentemente menor, didáctico, sobrio, ejemplarizante e incluso divertido. Un cine que dice sin decir y que extrae lo mejor de los seres humanos que lo pueblan, con los que podemos identificarnos pese a sus pequeñas corruptelas.

Vaya por delante que otro aspecto que nunca me ha convencido de su cine es esa radical sumisión a los cánones del modelo institucional, con pocas incursiones en la capacidad enunciativa o en el desvelamiento del dispositivo que pudieran hacer permeables sus films a la participación crítica del espectador.

Ahora bien, es de agradecer, en el caso que nos ocupa, la sencillez y la ausencia de pretensiones que, aunque para muchos se interprete como algo menor en su obra global, incide en lo mejor de su trayectoria como cineasta desde una perspectiva didáctica. El propio título ya nos dice mucho del mundo representado y, por ende, del mundo en que vivimos: este de la crisis que alimenta a mercados y testaferros en tanto arruina a quienes poco o nada tienen. Porque uno se pregunta: si esa nimiedad de delito que se representa en el film es la parte de los ángeles, ¿cuál es la de los demonios? Metáfora, pues, claramente ilustrativa de los tiempos que corren, ya que los pequeños delincuentes ávidos de vivir sus vidas en paz y/o en disfrute permanente son resultado de una sociedad que ha esquilmado la paz y el disfrute de sus antecesores, expulsándolos al territorio de la incultura, la violencia y la marginación, y robándoles cualquier posibilidad de regeneración.

Pero una sociedad como la nuestra y su riqueza se construyen como vasos comunicantes en los que la parte de los ángeles es nimia o nula y la de los demonios ilimitada. Esto lo estamos comprobando incluso en nuestro país con ese Díaz Ferrán y sus testaferros, capaces de eludir sus deudas mediante la falsedad de documentos públicos y el alzamiento de bienes; con la especulación de los mercados financieros y la parodia de rigor del Banco Central Europeo y el FMI, insaciables en su afán de vaciar las arcas de los pueblos del arco mediterráneo; con las presiones de las hidroeléctricas para que se deje de emitir el programa de Jordi Evole por sus denuncias (por cierto que su entrevista a un inspector de hacienda cuyo grupo de excelente funcionamiento y resultados había sido desmantelado por el PP nada más alcanzado el poder, puso sobre la mesa la ínfima cantidad de impuestos que pagaban las grandes empresas en nuestro país); con los paraísos fiscales; con la corrupción masiva e institucionalizada; con ese no dimitir, no responsabilizase, no saber, mano en ristre para ver las monedas que se pueden recoger en las dudosas operaciones propiciadas por empresas, banqueros, políticos y vergüenza nacional desconocida.

Pues bien, la película de Loach deja ver bien a las claras que el pequeño acto de esos seres marginados que implicará la redención para al menos uno de ellos, no es un delito que dañe socialmente, ni pretende tal cosa, es la ejecución de una posibilidad que se orienta hacia un futuro mejor. Sin embargo, ese mismo delito, propiciado por los empresarios e intermediarios, que pueden engañar sobre sus propios negocios, se plantea desde la mala fe y la absoluta insolidaridad. Lectura, pues, claramente extrapolable a nuestro entorno cotidiano.

Incluso el aparente final feliz actúa como un pequeño rayo de esperanza que se abre paso allá donde no queda margen para ella. Como espectadores no dudamos en aliarnos con los delincuentes marginados. Quizás esa solidaridad debiera acercarnos a nuestros semejantes que no pueden ni siquiera llevarse esa parte de los ángeles porque ya todo lo existente se lo llevaron los demonios y ahora incluso nos han transferido la deuda contraída para que la paguemos entre todos (ojo, solamente los ángeles, porque los demonios siguen rentabilizando su expolio).

Por si hay algún lector biempensante que vea en estas palabras un exceso de criminalización hacia el poderoso, ¿qué le parece la amenaza de un Berlusconi pretendiendo arrimarse de nuevo al poder por la vía electoral para ver de “estirar” en el tiempo las causas pendientes -y esto suena muy cercano también, ¿no?- y de paso echar un poco más de zozobra en la penalizada Italia y de fango en la vida real? ¿La parte de los ángeles? ¡Enterémonos ya: los ángeles no tienen parte ni vela en este entierro!





Francisco Javier Gómez Tarín
Agustín Rubio Alcover
Universitat Jaume I de Castellón










Esta entrega de La mirada esquinada se publicó
en la revista El Viejo Topo nº 300, enero 2013.


Agracedemos a El Viejo Topo la autorización
para reproducir e incluir la sección con el mismo título en
Textos en red (Shangrila Textos Aparte).