COORDINADOR: AGUSTÍN RUBIO ALCOVER
El último aullido de Domènec Font
“It's the only thing that's
left/And that's why I howl/It's the only thing that's left”
(Matt Elliott, The Howling song)
Qué queda. Qué nos deja. El libro incómodo, el fantasma, el ruido del
naufragio, la soga apretada en el cuello, la prosa en llamas, el último libro,
el último libro con tanto dolor, página tras página, el maestro, el tipo que
nos deslumbró en otras ocasiones y que ahora nos ha dejado –queda dicho- un
libro y un dolor, un dolor que se clava y nos crece dentro como una metástasis
de teoría fílmica, análisis fílmico, literatura que se desborda. Hay que
joderse, qué bien escribías, Domènec, qué envidia malsana, no tenías derecho a
escribir este libro y después marcharte, como si contigo se muriera también el
cine, un cine límite y un cuerpo límite que nos dejas en herencia, así, un
cuerpo lleno de vísceras y de angustia, un cuerpo lacerado y melancólico que
escribe hablando del cáncer de Van der Keuken o de los cuerpos fantasmáticos, o
de los cuerpos borrados, o de los cuerpos partidos entre el desgarro y el
deseo, más sacos de tripas, realizando un inventario sin saber si muere el autor,
o muere el cine, hasta que quizá de una manera estúpida e inapelable se cierra
el estómago del lector y mira por la ventanilla del tren intentando contener un
sollozo estúpido y avergonzado, pensando: ¿No estaba leyendo acaso un libro de
cine? ¿No podía mantener el rigor académico como lo mantuvo el propio Font,
engañarme, pensar que no estoy dialogando con un hombre injustamente ausente
del que tanto he aprendido, página tras página? ¿No puedo escapar de la
evidencia que hay en cada párrafo? Una única evidencia: un hombre que escribía
con tantísima fuerza incluso en sus últimos momentos no debería morir.
Pero muere y el libro se acaba, como se acaban siempre. Cierras con
cuidado las tapas y vuelves a clavar la mirada al otro lado de la ventanilla:
ciudades, pueblos, señoritas bien que fornifollan respetuosamente, ganaderos,
la realidad, los cuerpos, la torsión de los cuerpos. Si en España tuviéramos un
poco más de suerte el último libro de Domènec Font sería algo así como un
terremoto editorial, una lectura obligatoria, un homenaje sin contener a un
trazo. Pero somos un pueblo
desmemoriado al que leer le sienta muy mal, sobre todo si el tipo que escribe
tiene redaños y mira a la muerte cara a cara, recuperando pasiones y emitiendo
enormes juicios sobre nombres tan amados. No es Kubrick: es el Kubrick de
Domènec. No es Cronenberg: es el Cronenberg de Domènec. No es Almodóvar: es el
Almodóvar de Domènec. Son los fantasmas fílmicos de Domènec, que ahora marchan
en procesión por las librerías velando su cadáver y defendiendo con sus propios
fotogramas las palabras maravillosamente escritas, palabras necesarias,
urgentes, definitivas. No se trata de esa necrofilia castiza que paseamos por
los velorios nobles de la profesión los colegas, siempre más viejos y más
agotados: se trata de hacerle justicia a un texto al que probablemente no se la
haga ni el mercado editorial –suponiendo que tal cosa no sea también un cuerpo
fantasmático y abierto en canal- ni esos extraños y desconcertantes “futuros
constructores” de la imagen que huyen de los libros como de la peste.
Cuerpo a cuerpo es un trabajo tremendamente adictivo, vertiginoso, un
torrente de páginas que lo arrasa todo y que parece continuar todavía con
mejores resultados esa obra maestra que supuso Paisajes de la modernidad.(1) De hecho, hay entre ambos libros un puente invisible en el que se encuentra
recogida gran parte de la tragedia del Occidente contemporáneo, tragedia en
elipsis política, económica, sociológica. Lo que antes era sueño ahora se ha
convertido en pesadilla, el cuerpo retorcido de resonancias baconianas o la constante referencia a
la figura melancólica que pasea por castillos con formas digitales. Font no
está interesado en las lecturas evidentes, sino que parece sentirse a sus
anchas sentándose a dialogar –sin prisa pero sin pausa- con ciertos textos,
ciertos realizadores, haciendo gala de una desarmante, desmedida y encomiable
intelectualidad que acaba generando un terrorífico baile de espectros en el que
Deleuze clava sus garras en Burroughs, en el que Turner le lleva la contraria a
Lacan, en el que todas las herramientas de la cultura se ponen al servicio del
cine.
Quizá eso debería ser un libro de análisis fílmico postmoderno: una
mascarada, una orgía, pero al mismo tiempo, un epitafio.
Finalmente, lo que sobrevive más allá del huracán/Font son las
películas, su pasión, su capacidad para apasionar. Por supuesto, manejando una
filmografía tan absolutamente desmesurada como la que desfila por las más de
quinientas páginas de Cuerpo a cuerpo
es imposible realizar un pensamiento sistemático, centrado, hermético.
Imposible no localizar ideas a punto de desarrollarse que apenas se esbozan, o
análisis que se hubieran convertido en épicos si hubieran tenido diez, quince,
veinte páginas más. Pero Font escribe contra el reloj, y su prisa por decir está por encima de una
encorsetada, aburrida y caduca tabla de clasificación a prueba de balas. De
hecho, me atrevería a sugerir que el ensayo gana precisamente por su naturaleza
impresionista, su capacidad para colisionar sin mezclar, para compaginar sin
confundir. Y, consecuentemente, el lector agradece el efecto cambalache, el aleph de cuerpos resucitados, el
carnaval de amores compartidos.
Después. Después el libro se apaga y se deposita en una estantería, y
desde ahí guarda un silencio reverencial. Después uno debe plantearse cómo la
muerte de Font ha coincidido con la muerte de todo un programa cultural europeo
que agoniza –como el bebé de Eraserhead-,
y cuya lápida bien podría ser Cuerpo a
cuerpo. La mansión del cine está llena de fantasmas, de hombres y mujeres
que vagan como los náufragos del cine de Gus van Sant, todos participando en
esa psicofonía total que Font nos dejó antes de marcharse. Una cinta de casete
con aullidos emitidos por esos últimos fantasmas que recorrerán Europa, sus
dormitorios, sus paritorios, sus fiestas privadas, sus manifestaciones, sus
palacios, sus extrarradios, sus carpetas forradas de fotos, sus promesas, sus
mentiras. Sus salas de cine.
1. FONT, Domènec, Paisajes de la
modernidad. Cine Europeo, 1960-1980, Barcelona: Editorial Paidós, 2002.