Botonera

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28.6.12

BI(T)BLIOGRAFÍA: "GOLPE A LA TRANSICIÓN. EL SECUESTRO DE 'EL CRIMEN DE CUENCA (1978-1981)", Emeterio Díez Puertas, Barcelona: Laertes, 2012.

COORDINADOR: AGUSTÍN RUBIO ALCOVER



DÍEZ PUERTAS, Emeterio: Golpe a la Transición. El secuestro de El crimen de Cuenca (1978-1982)
Barcelona: Laertes, 2012


POR AGUSTÍN RUBIO ALCOVER




PILAR MIRÓ EN EL BANQUILLO O LA ANATOMÍA DE UN ASESINATO


Hacía falta un libro como este, tanto por lo que en sí mismo aporta como por la senda que abre para investigaciones exhaustivas a partir de piezas clave en la historia del cine español. Su hipótesis es tan espinosa como sugestiva: al decir del autor, El crimen de Cuenca habría sido, más que metafórica, literalmente, una parte fundamental de la cadena de conflictos que se dirimieron entre 1973 y 1982 (que son las fechas límite que él convalida para la Transición), y que estallaron con el golpe de Tejero, Milans del Bosch, Armada y… ¿el Rey? Afirmo que el libro mismo es tan declaradamente pretencioso y provocador como problemático, porque al propio Díez Puertas no se le oculta que no puede sino acabar yéndosele de las manos, y que leer la película en clave histórica le acaba exigiendo mojarse, incluso, acerca de la presunta implicación del Monarca en el frustrado golpe de Estado.

Él mismo se encarga de enmarcar la obra en la historia social del cine: su propósito, más que centrarse en el texto, consiste en hacer una lectura oblicua de la recepción (entendida ésta en sentido amplio: la censura, postergación, conversión en materia de debate y mito, objeto de procesamiento por parte de la jurisdicción militar de su directora, estreno tardío, crítica, etcétera) de un largometraje concebido y ejecutado, y también analizado, casi como el canto de cisne de ese fenómeno del tardofranquismo y la Transición que se denominó cine metafórico. Díez Puertas maneja un aparato de datos apabullante: sobre todo, acredita un conocimiento profundo de un libreto cuya redacción fue particularmente enrevesada y oscura, de la documentación administrativa (Archivos General y Militar), de la hemerografía que generó el via crucis de la película, y reconstruye la crónica, con afán interpretativo y crítico, del tratamiento político y mediático que tuvo la película. También se apoya en numerosas entrevistas, y, congruente con su ambición de trascender el terreno cinematográfico, demuestra haber leído y asimilado la bibliografía sobre la Transición misma y sobre el ruido de sables que desembocó en el 23-F.

El estudioso tenía dos posibilidades: aportar hasta el último documento, transcrito de pe a pa, internarse a cada paso por los meandros de las implicaciones (los atentados de ETA, las declaraciones de militares y políticos, las denuncias de torturas por parte del entorno abertzale y de Amnistía Internacional, las complicidades de la izquierda parlamentaria y social), y, en fin, desviarse siguiendo hasta la última biografía de los individuos implicados siquiera mínimamente; o proceder a una síntesis. La que se ha impuesto ha sido, claramente, la primera. Nada que objetar, aparte de lo que el propio Díez Puertas sabe: ambas poseen ventajas e inconvenientes, y éstos (una cierta farragosidad, un frecuente desdibujamiento del objeto, una previsible ambigüedad que es fruto de la comprensión de la complejidad de las cosas) se concretan en el resultado, pero son asumidos, preferidos a las desventajas que hubiera acarreado el resumen (la pérdida de las ramificaciones y de los matices). Su espejo, reconocido, es la Anatomía de un instante de Javier Cercas, una postnovela decisiva en la narrativa española reciente; su influencia, ni menos discutible ni valiente y bienvenida que el resto de rasgos de Golpe a la Transición, es tal, que por momentos se advierte el esfuerzo de Díez Puertas por remedar el estilo cercasiano; un esfuerzo, todo sea dicho, en contra del cual juegan en su contra ciertos descuidos, consecuencia seguramente de la opción por la minuciosidad.

No obstante, estos reparos en modo alguno empañan un conjunto de veras apasionante: Golpe a la Transición se lee de un tirón, y, aunque ciertamente lo daba la materia prima, a Díez Puertas nadie honrado y ecuánime debiera regatearle varios méritos, empezando por la honestidad y acabando por el entusiasmo: ha visto el hueco, y ha tenido el coraje de decidirse a ser él quien lo rellene, y cómo hacerlo; se ha atrevido a ser pionero en una línea exigente y discreta; ha estado movido por el objetivo, y ha conseguido, que su visión de la historia reciente de España y de nuestro cine sea más informada, rigurosa pero ponderada; y se ha decantado por una fórmula sobre cuyos límites ha reflexionado, proclamado y a la postre respetado. Las inferencias que del caso Miró se siguen iluminan la Transición y el 23-F, y el historiador del cine ha logrado ser convincente y a la vez advertir del peligro de la sobreinterpretación. Parafraseando a Cercas (una debilidad que quien firma comparte con el autor de este libro), pero dándole la vuelta, su libro es, con sus pros y sus contras, el que Díez Puertas ha querido, con bastante exactitud. Felicidades.


Pilar Miró