COODINADORES: MARIEL MANRIQUE - HERNÁN MARTURET
MESSIDOR
¿REALMENTE DICES QUE FUIMOS AMIGAS?
POR LUIS GONZÁLEZ SANTAMARÍA
"Confía su esperanza en las balas encantadas!
Seis aciertan, la séptima falla"
(C. M. von Weber, Der Freischütz)
I. POLE POSITION
Jeanne Salève y Marie Corrençon no pueden ir a la playa. En Suiza no hay finisterre que abra el horizonte a las américas ni otras ilusiones ópticas de esas a las que nos entregamos en los inicios del verano. Suiza tiene muros alpinos que defienden su idiosincrasia y grandes autopistas que cortan el lienzo fílmico con una vibración rectilínea de bisturí láser. Coches, coches, coches. En la época de las comunicaciones parece un hecho incontestable que todo está al alcance de la mano y que sólo hay que seguir las señales coloreadas de las carreteras o tomar uno de esos aviones de bajo coste para llegar a “cualquier parte”. Sin embargo, en Messidor (Alain Tanner, 1979) hay una extraña dificultad para abandonar el terruño.
Messidor es una road movie nihilista pero tengo la sensación de que Jeanne y Marie, las dos protagonistas, muestran, como los vampiros de los relatos tradicionales, un extravagante apego a la tierra natal que les impide salir de la vecindad y de esos pueblos normales en los que cada uno parece seguir su propio camino. Son dos moscas adolescentes rondando el universo de la infancia, ese cosmos ordenado en el que todo el mundo tenía su cama siempre calentita junto al fuego del hogar, que por azar se han quedado atrapadas en una botella.
En este marco nada tiene de extraño que las dos hermanas Messidor (Marie y Jeanne son, en la casilla uno de esta historia y por voluntad propia, Clío y Thalía Messidor) se aburran soberanamente y experimenten con el lesbianismo, la amistad o las armas de fuego y su poder performativo. Si los caminos del mundo no nos llevan a la patria o, en su defecto, a la India , a la playa o a No Sé Dónde, la traición, como cara oculta del aburrimiento, está permitida. La red de caminos y carreteras es el trasfondo de un proceso de desmoronamiento vital que no encuentra fuerza de resistencia en la amistad balbuceante de Marie y Jeanne. La fraternidad no salva porque realmente nunca han salido de sí y han actuado como espectadoras autistas de su amistad.
Muertas antes de salir, con realmente muy pocas ganas (y posibilidades) de alcanzar algo (sólo el retorno derrotado al hogar pareciera una opción), la historia es una sucesión de episodios yuxtapuestos que sólo con la detonación de la última bala podemos concluir. Aburridas y sabiendo que nada excitante les aguarda en casa, las muchachas pactan con un diablo invisible un tramo de aventura. ¿Es ese diablo el miedo o la osadía?. No podría precisarlo pero tengamos cuidado con ambos.
El diablo, como en la ópera de Weber, les entregará siete balas mágicas de las cuales seis les permitirán seguir avanzando en la carrera. La séptima, sin embargo, encontrará el destino que desee el demonio. Él cerrará el juego. Volverán civilizadamente a casa en furgón policial, convertidas en muñecas de cera incapaces de comprender el sentido de la decepción.
En 1979 se hacían películas en las que las chicas se aburrían y jugaban peligrosamente a nada. Ahora todo esto resulta un poco estúpido porque ya nadie se aburre y menos la siempre envidiada juventud. Quiero suponer que la película Messidor conserva, en sus imperfecciones, su momento de verdad en este presente tan cercano al mundo feliz en el que habitamos poéticamente de cualquier manera. Y nos aburrimos con una sonrisa.
II. DEL CALENDARIO O EL JUEGO MÁS ESTÚPIDO DEL VERANO
Messidor, décimo mes del calendario republicano y primero del estío. El calendario como instrumento de revolución y la revolución como excusa para mutar los calendarios. La revolución impuso con bayoneta y pistola el sistema métrico decimal y la prohibición de tirar por la ventana las inmundicias de la noche, cotidianas formas ambas del imperio de la ley. En este proceso de racionalización, intentó redefinir el curso del tiempo con un vocabulario más cercano a los contextos prácticos o a la Naturaleza , nueva diosa, hermana o hermanastra de la Revolución , hijas ambas de las mayúsculas trascendentales de lo Humano sin Dios. Tal vez hagamos revoluciones para cambiar nombres y reconstruir el calendario. Hay en la especie una obsesión por el ajustamiento de los diversos meteoros a las fechas y las estaciones, obsesión claramente condenada al fracaso. La rebelión y el calendario, pues, son una tecnología para mutar lo “otro” y, en el trasfondo, al cabo de la calle y en traducción a la cotidianeidad, cambiamos el calendario y los nombres para salir del tedio, dejar de pasar calor en las noches de verano o justificar que se llega tarde a casa.
Quebrar la propia historia, que nos quisiera trabajando o estudiando para los exámenes finales, para encontrar una compañera de viaje o un misántropo bebedor que busca el camino a la India en mitad de la Federación Helvética. Una boutade. Sabemos que el amor y la amistad, el descubrimiento de lo interesante en el otro, modifican los calendarios con ese ritual de aniversarios, la redefinición de las horas del día y, qué duda cabe, el cambio de nombres (Oh, Romeo, ¡sólo tu nombre es mi enemigo! Niega a tu padre y rehúsa tu nombre, júrame tan sólo que me amas y dejaré yo de ser una Capuleto). Messidor, mes del amor en los mercados internacionales y en los grandes almacenes. Messidor define el margen de salvación de esas horas delincuentes que excitan la atonía.
En Messidor los calores actualizan la fantasía del reinicio: nos embriaga la posibilidad de volver a empezar y encontrar una vida en la que el azar reparta, otra vez, las cartas. Desvío provisional por obras: amores de verano para iniciar la partida con otros y confundir a la policía. La cosa va muy en serio en estos amores de verano porque las chicas aparecen en televisión. Lástima que no fueran plenamente consciente de sus quince minutos de fama. ¿Les hubiera salvado acudir a un programa de máxima audiencia a explicar su caso, a defender su causa con la excusa de que son rebeldes porque el mundo les ha hecho así?. Ah, romántico, prefiero la pistola.
En Messidor hacemos el gesto de abandono de la patria y reinventamos el lenguaje.
Contorsionismo revolucionario y mueca final en un hotel de carretera.
Marcan el ritmo de la película los coches que fluyen pretendiendo ser el río moderno que lleva a algún sitio. Marie se sorprendía de niña imaginando cómo todas las personas se dirigían a un hogar en el que había una cama. Imaginaba los millones de camas que daban sentido a la existencia porque arropaban con sábanas y edredones. La niña dibuja en el orbe celeste millones de camas que se ordenan en constelaciones de formas diversas, perfectamente reconocibles en los objetos cotidianos de nuestra tierra. Cielo púrpura en el que la luz está encendida para que el viajero tenga siempre su faro y la gramática se explicita con osos y carros, leones y balanzas. Skyline de la metafísica es el cielo. Sin embargo, ya no somos niños ni podemos seguir manteniendo la ilusión del universo estacionario. Ahora, en 1979, todos hemos despertado punk y el cielo se ha fragmentado. Imperdibles sujetan precariamente la bandera de la cruz y la bóveda celeste. Proliferan los juegos lingüísticos construidos en el ágora, ese antecedente primario del chat y el Facebook.
Dejados solos, sin la mano de dios corriendo las cortinas que ocultan aquello que es mejor no ver, sin un poema o, al menos, un poeta loco en la montaña, no tenemos fuerza para mantener la continuidad del flujo. Nos hemos convertido en infieles patológicos a la amistad e incapacitados para la duración; en lenguas tartamudas que balbucean mitos. Ya no hay en el horizonte una cama que nos espere. Sólo habitaciones de moteles de carretera que son continuación del propio coche. La cama es un lugar de tránsito que define nuestra maltratada subjetividad, como nos demostró Tracy Emin en My Bed.
Mi vida es el museo de mis basuras (tan sinceras ellas, cree ingenua Ms. Emin). Hemos cambiado la cama por el coche -cada cama es un coche- y en estos vehículos que recorren la carretera hay una historia idiota atomizada que nos incita a descerrajar un tiro al conductor que amablemente ha recogido a las autostopistas con el sano impulso de echar un polvo o demostrar, con evidencias absolutas, que la juventud está echada a perder. Cada coche que toman las hermanas Messidor es una tirada de dados en el juego de este viaje a trompicones en el que no nos espera, al final, una cama.
Hay un juego sin reglas conocidas y su objetivo es no-volver a casa. Anulamos las normas por medio de la explosión de la alegre espontaneidad juvenil, en la primera parte del pacto diabólico. En el juego puedes sacar dos o cuatro aunque en el dado se muestre un seis; está permitido avanzar en todos los turnos (no hay derecho de posesión). Si así lo deseas, el otro no ejecutará movimiento alguno, se dejará hacer o, por el contrario, se te impondrá como amo. Maravillan las balas mágicas y su poder. Sin embargo, en el juego sin reglas hay nostalgia o miedo; la traición a la cama familiar no es absoluta y el aire criminal de la melancolía nos circuncida cuando somos libres. Nuestra libertad sospecha de su alcance. Se echa en falta el hogar en los establos y por la noche rescatamos retales de los antiguos calendarios bajo la forma de la moda vintage.
Marie y Jeanne llaman a su aventura “el juego de atravesar el espacio y el tiempo vacíos” o “el juego para saber quién cae muerta primero o llega antes al lugar en el que ya no es posible el retorno”. En esta estúpida carrera, cada episodio nos desvelará una repugnancia creciente del mundo que, sin embargo, no lleva a las protagonistas a ninguna acción heroica ni a una fenomenología de la conciencia sapiencial ni al exilio. Las mujeres se hunden en el tedio y se dejan arrastrar por esa mezcla de apología de la acción directa y de la nostalgia reaccionaria. La metafísica reaparece en el refajo de la pragmática. Lo que parecía amistad y camaradería se torna encuentro casual de dos chicas aburridas que se cansan de sí porque tienen hambre.
El hambre: la conclusión del devenir revolucionario se plasma en una tostada con mermelada. Cuando esperábamos el crujir del nuevo amanecer reconocemos la textura de una buena rebanada de pan caliente. Y luego, con la tripa llena, nos aburrimos al descubrir que todo es muy aburrido. Iniciamos la traición al otro como ejecutamos inicialmente la traición a la patria de los sueños infantiles. Podríamos abandonar al amigo por sorpresa, sin mediar palabra porque ya todo es trivial comparado con la vianda. Somos capaces de llamar a la policía para que corte el nudo y nos lleve a una cama institucional blindada con psicofármacos. El camino es agotador y siempre llegamos al mismo pueblo. Que la química construya su ficción y se instaure el dominio de las instituciones.
Todo muy conservador a pesar de las apariencias. ¿Qué queda?. La vacuidad existencial nos descubre a Jeanne y Marie meando en pareja en lo alto de las montañas o disparando a los aviones que vuelan a las Baleares. Hacer agujeros con el pis se torna enormemente creativo y liberador. Lo mismo que atravesar el fuselaje de las aeronaves que llevan a la playa y que, finalmente, explotan a diez mil pies de altitud. Y esto es lo que hay: tú y yo, amiga, fuimos dos que meamos en la cima de la montaña, en cuclillas, y que nunca nos prometimos nada, ni siquiera cuando comprobamos que nuestro globo estaba a punto de explotar. Todo viaje es una trampa. Somos moscas atrapadas en la botella. El vidrio distorsiona la percepción.
III. SCHUBERT Y EL VIAJE DE INVIERNO
"No puedo,
para el viaje,
elegir el momento:
solitario en la sombra
he de encontrar mi norte"
(W. Müller, Viaje de invierno. Guten Nacht)
En el inicio de la película vuela la cámara en avión o dirigible con Schubert a bordo. Tanner nos cartografía la campiña suiza tomando nota de la mies de los campos y de los giros de las autovías que envían sus camiones de gran tonelaje y los pequeños utilitarios a destinos cruzados difícilmente previsibles. Vemos bosques y montañas donde la nieve recuerda la precariedad de todo verano. No sé si la escena inicial de Messidor es preámbulo y obertura o una profecía del desierto que anuncia lo que acaecerá en el despliegue de la pieza. Es el principio pero podría ser el fin.
Esas narraciones a vista de pájaro siempre me confunden porque parece que hubiera un personaje en la recámara, un Deus ex machina o un jugador oculto con rayos x en los ojos. Quizás la patria. O el azar. O el diablo de la séptima bala. Por otra parte, sorprende que sea Schubert el portero. Guten Nacht, el lied que abre el Viaje de invierno, se nos cruza en la película en el inicio del verano; nos habla de la despedida trágica del amigo o del amante decepcionado cuando lo que vamos a ver en la película es la génesis de una amistad entre dos chicas. ¿Por qué la alusión al Winterreise?. ¿Estamos muertos antes de partir?. ¿No puede haber alegría en el experimento de la amistad porque las criaturas van en paralelo sin cruzarse realmente?. ¿Nos advierte Schubert de la maldición que acompaña todo intento romántico de conciliar la libertad y la forma, la ciudadanía y la patria, el amor y la inteligencia?.
"Y escribiré en la extrada,
al partir: ¡Buenas Noches!
para que puedas ver
que he pensado en ti"
(W. Müller, Viaje de invierno. Guten Nacht)
"Querida amiga:
Tú y yo nos encontramos en el azar de un ente de ficción llamado túyyo, antes de la gran decepción que provoca saber que descubrimos invariablemente, a un paso de cualquier otro sitio y llenas sus sillas de turistas, ese lugar tan lejano del que ya no se puede volver.
Tú y yo nos encontramos en el azar de un ente de ficción llamado túyyo, antes de la gran decepción que provoca saber que descubrimos invariablemente, a un paso de cualquier otro sitio y llenas sus sillas de turistas, ese lugar tan lejano del que ya no se puede volver.
Fuimos el gran descubrimiento de la primavera (“Mayo fue favorable/con sus ramos de flores/Ella me hablo de amor/ su madre hasta de boda”) y ahora, como los bailarines de un concurso de resistencia, mantenemos el tipo sólo para comprobar quién aguanta más cuando ya estamos abatidas. Lo especial es trivial. No sé por qué elegimos mirarnos a los ojos en aquel cruce de carreteras cuando no era difícil intuir entonces que íbamos a terminar arrepentidas o, peor aún, indiferentes. Es el ritmo que el organillero marca siempre en estos asuntos.
Sabíamos (en el fondo nadie es tan tonto para creer lo contrario) que el horizonte se nos abriría una mañana cualquiera como si nada hubiese pasado ni existiera ese reino en el que tú y yo jugamos a llegar cada día un poco más lejos. De acuerdo: no hay nada, salvo la idiotez del juego. No hay promesas. Eso lo supimos desde el principio. Pero pudimos permanecer, más allá del saber, en el engaño y el olvido. Cultivar la ficción, romantizar el desaguisado. Nunca encontré sentido a rasgar brutalmente la página o cerrar el libro por sorpresa, en el eco de un disparo o en la señal de “comunicando” que parpadea en el auricular de las delaciones. Contar ahora nuestra historia, hermana, es realmente patético. No fuimos nada y así lo declararé a la policía.
‘La conocí haciendo autostop; creo que era dependienta y que iba a casa de su madre. No, nunca nos habíamos visto antes. Sólo coincidimos’.
Me dije en aquellas jornadas: saldrás herida al final de la batalla y no podrás presentar facturas. Pero me lo susurré muy bajito, como sin querer. ¡Es tan potente la fuerza de la ilusión que nos convierte en jóvenes sentimentales!. ¡Es tan agotadora la pereza!. Sabía con certeza de náufrago que no podía ser verdad; no tenía esperanzas en la permanencia pero aposté por el espejismo y la persecución de una invisible ballena blanca. Nadie entenderá dónde estaba la ganancia ni podrá explicar la atracción del riesgo inútil. Ni siquiera podré sentirme orgullosa por haberlo intentado porque, en el fondo, simplemente me dejaba llevar, como el suicida que juega con la pistola a la ruleta rusa y en cada bala mágica sin plomo negro bendice la vida”.
"Extranjero he llegado,
extranjero me voy
(...)
¿Cómo iba a quedarme
hasta que me
expulsaran?
¡Que los perros aúllen
en la puerta del amo!"
(W. Müller, Viaje de invierno, Guten Nacht)
IV. LA PISTOLA
El hambre y el cansancio, dice Jeanne, nos permiten sentir todos los huesos del cuerpo. La pistola es el complemento siniestro en este juego de bellos espejismos mantenidos por esa mezcla de pereza e ilusión que define los tiempos. La pistola contiene las balas mágicas que nos permiten saltar adelante y, por intervención final del otro diabólico, rompen el relato con la trillada y aburrida muerte del inocente, ese desgraciado que Marie creía chivato y en verdad sólo era un agente comercial que miraba al vacío. La relación de las hermanas Messidor con el arma es replica simbólica de nuestro uso y disfrute de las oportunidades. La pistola es mi libertad, lo cual significa (traduciendo) que la pistola es divertida y permite mantener la tensión del espejismo del éxito.
Jeanne encuentra por casualidad la Luger P 08 en la guantera de uno de los coches que transitan. Dudan sobre si deben o no quedarse con el arma y, de hecho, inicialmente la arrojan maldita al suelo. En esta duda se postula una elección real y se firma el pacto con el demonio del fuego. La pistola es al principio un fetiche incomprensible cargado de risas y sonrojos: juegan las chicas con ella como si fuese un pene ortopédico que sirve para dar miedo y deconstruir roles machos en un taller posfeminista.
Debajo del puente de la autopista se celebra un ritual que permite abrir una brecha en este mundo en el que habitan mayoritariamente hombres descerebrados que invitan a las jóvenes autostopistas a recoger fresas en el claro del bosque creyendo ser lobos depredadores. El primer disparo es el de salida en la carrera. La pistola defiende a las chicas de los lobos y los despierta eunucos. Todo perfecto.
Sin embargo, más adelante, al mostrar a la muchacha de la tienda de ultramarinos la pistola (sin apuntar, cogiéndola con dos dedos como el que enseña un objeto delicado que tememos se rompa) comprobamos cómo se convierte en senda para escaparse un rato del hambre y prolongar un poco más la escapada. Sentimos el morbo. Ya no hay autodefensa sino agresión (but i like it). La lógica de la pistola encabalga la historia - una historia tan trufada de tedio que sin la pistola se hundiría. En su enfrentamiento con un granjero, Marie ya apunta con determinación y coloca el dedo en el gatillo. La excitación aumenta.
En un paraje desolado las jóvenes analizan la estructura del artefacto con avidez de descubrimiento sexual. Fascinadas por el orden arquitectónico de la Luger -el que muestra en su forma y el que genera en la realidad- disparan a los aviones que vuelan alto. Marie goza del retroceso, del ligero dolor en los dedos al ser golpeada por el gatillo. La bala hiere de veras y esa verdad es mejor que la vida, mejor que la muerte. Mi mano hace caer aviones y llueve como fatum sobre el inocente.
La séptima bala cierra la película. No sabemos qué rostro o qué placer cruzó la mirada de las muchachas cuando culminó el discurso de la Luger. La cámara nos sustrae la información, quizás porque no existió emoción alguna. Sospecho que tras la última bala no hubo placer sino conversión en estatua de sal o muñequita de cera. La muerte es el fin en el viaje del invierno.
V. ¿QUIÉN DECIDE EL FINAL DEL JUEGO EN EL JUEGO SIN REGLAS?
"Más allá del poblado
sostiene el organillo.
Lo toca como puede
con los dedos ateridos.
Él deja que las cosas
suceden como quiere.
Mueve la manivela.
Y nunca se detiene.
Viejo extraño, ¿debiera
quedarme yo contigo?"
(W. Müller, Viaje de invierno - El organillero)
En el juego sin reglas gobiernan los mercados, un quid pro quo en el que unos lo tienen todo y los otros sólo el hueco del hambre. En los mercados gobierna el reparto injusto de las balas mágicas que el diablo entregó a la humanidad. En el juego sin reglas gobierna la pistola que es cifra de la imposibilidad de la conversación. La rotura transversal del lienzo.
En el juego sin reglas siempre jugamos con las cartas marcadas y con un as en la manga. En el juego sin reglas el as de triunfo lo tiene otro.
En el juego sin reglas nunca nos entregamos al otro porque el otro es entidad fantasmal. Marie y Jeanne son criaturas virtuales: el sostén de una pistola y la nostalgia de una cama.
En el juego sin reglas todos somos pistoleros que lucimos en la cintura el brillante Colt con empuñadora de marfil, aunque finalmente disparemos con la escopeta de caño recortado, ese fármaco de amplio espectro.
En el juego sin reglas los sabios nos dicen que sólo nos salvará la forma y la ilusión de una regla, el ascetismo que es la arquitectura del desierto. Soñemos un universo en el que todos tienen su cama y el cielo se construye con lechos cálidos y calendarios. El año sin calendario es la trampa del diablo de las siete balas. Los mercados no entienden de los días en rojo. Al final nos imponen el sabbat cuando estiman oportuno y en cualquier parte. Jóvenes sentimentales, creemos que la ficción nos protegerá porque llena el camino de altarcillos y otros bibelots. Necesitamos un calendario de comunidad que reconstruya el cielo y nos devuelva las constelaciones de camas con las que soñaba Marie.
El último poema del Viaje de Invierno de Müller-Schubert se titula El Organillero. El organillero, se dice, mueve la manivela pero deja que las cosas funcionen como quieran. ¿Qué significa ese “como quieran”?. El protagonista de Viaje de invierno opta por entregarse a la muerte y, por eso, acepta este desgobierno. No hay relato cósmico perceptible desde la tierra ni mitología para el viajero invernal que tras el fracaso del amor se humilla alienado ante un cuadro de Caspar Friedrich. En la escena final de Messidor creemos escuchar la tonada del organillo. Nos hace suponer que la suerte estaba echada. El final es, también, la muerte estúpida.
En el final no hay final, solo un disparo con eco apagado y dos policías que retiran a las jóvenes como quien mueve un maniquí del escaparate. Comprobamos que estamos, en verdad, ante el final de un espectáculo. ¿Era eso el nihilismo?. ¿Y la rebelión una consumación de la nada para retornar morfinómanos al sin-calendario?. Cada una de las chicas en un coche, como si entre ellas nunca hubiera existido nada.
¿Quién decide que el juego se acaba cuando en el juego no hay reglas?. El diablo y su trampa. Creemos que de las siete balas una es nefasta y suponemos que ésta será la última. Confiamos en las posibilidades y oportunidades ofrecidas. Sin embargo, no hay certeza de que la primera bala no sea la adjudicada al diablo. Manda el azar de los mercados. No hay certezas; no sé qué bala será la siguiente. Nos humanizamos solo con esas ilusiones del calendario y un orden en las balas que siempre nos decepciona. Tú me conviertes en maniquí de escaparate en tu memoria y yo sueño con una vida desde el interior de mi rostro de cera.
¿Quién decide que el juego se acaba cuando en el juego no hay reglas?.
La debilidad y su sombra.
No sé quién eres. ¿Realmente dices que fuimos amigas?.
Jaque mate.
Imágenes:
Fotogramas de Messidor (Alain Tanner, 1979)
Balthasar Klossowski de Rola (Balthus)
Andrew Wyeth